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domingo, 4 de septiembre de 2011



LOS RETOS DE LA ESCUELA CONTEMPORÁNEA
Pasé de la clase con tiza y tablero a enfrentarme con un tablero interactivo, gracias a la donación que realizó el alcalde Raúl Pinilla al colegio Samper. Como todos los gadgets, es necesario hacer un curso para aprender a usarlo. Hecho éste, me fui a mi primera clase interactiva, seguro de estar en el lugar indicado. Han transcurrido varias semanas de práctica y he pasado de la euforia inicial a momentos de crisis debidos a las metidas de pata inevitables hasta llegar al punto de preguntarme por el significado que las nuevas tecnologías tienen en los procesos de enseñanza aprendizaje. En la actualidad descubro fascinado el potencial de las nuevas tecnologías en las maneras de aprender de los jóvenes y en su impacto en relación con el significado social de la escuela.
Una queja recurrente por parte de nosotros los maestros tiene que ver con la apatía constante de los estudiantes por el aprendizaje académico. La rutina escolar está llena de las frustraciones que vive el docente ante la indiferencia de los estudiantes por el conocimiento propuesto en las aulas.Y las respuestas que vertebramos acuden a las fórmulas archiconocidas y fracasadas de perdida del año escolar, sin que esta salida garantice resultados mejores. Vivimos en una encrucijada ante los cambios generados en la cultura y la sociedad y no hemos logrado siquiera generar iniciativas tendientes a plantear preguntas más audaces y elaboradas que hagan de la escuela un ámbito reflexivo y dinamizador.
Recuerdo una caricatura en la que un turista compra una réplica de una pirámide y al regresar a su casa y exhibir el regalo, descubre un letrero que dice: Made in china. Algo parecido ocurre en los planteles educativos: nos hemos aferrado a nociones y prácticas que funcionaron hace mucho tiempo y que hoy hacen agua ante los cambios acelerados que nos plantea una sociedad mundializada, con modelos de desarrollo económico y político que han mandado al traste las conquistas sociales del siglo XX. Aferrados a la idea de un estado y una sociedad que ya no existen, nos encontramos todos los días con la sorpresa de que el castillo firmemente erigido en la colina se resquebraja sin pena ni gloria.
Una de las paradojas que genera esta visión del mundo es que la mayor preocupación de los maestros en lo que se conoce como la convivencia se reduzca a exigir el peluqueado "clásico" en los chicos y la falda abajo de la rodilla en las chicas. Y ante la avalancha de problemas, clamamos por el sicólogo que resolverá con su varita mágica situaciones complejas que exigen una formación acorde con este mundo "posmoderno". Mi inquietud se orienta a cuestionar el conjunto de ideas imperantes en las instituciones educativas que suelen acudir a la noción de culpabilidad para explicar el fracaso rotundo de la escuela en los procesos de modernización y adecuación de sus currículos: la culpa del fracaso escolar se halla en los estudiantes y en los padres de familia.
Entiendo que la tecnología no es la solución al problema del desinterés por el aprendizaje. Sin embargo, mi inquietud consiste en pensar que una sociedad distinta demanda nuevos escenarios, un gremio de maestros dinámico y atento a las transformaciones que día a día alteran lo que entendemos por normalidad. Y propongo esta reflexión: La escuela debe cambiar para seducir a los jóvenes y niños. Y ese cambio pasa por preguntarnos por el papel de las redes sociales en los procesos de formación intelectual y moral de los estudiantes, de los infinitas posibilidades que las tecnologías proponen y generan y de la posición de la escuela frente a sociedades que mutan a velocidades fantásticas.
A lo largo de la historia de nuestro país, los maestros hemos sido en muchos casos factor alternativo y crítico que cuestiona el estado de cosas y adelanta iniciativas novedosas en el arte, la ciencia y la cultura. La lucha ahora es contra la inercia y la falta de propuestas con sentido colectivo. Para lograrlo, debemos leer y pensar, pensar y leer y discutir, proponer y actuar sin miedo a los errores.
Hace dos días viví una experiencia singular en la sala interactiva que lleva el nombre del dramaturgo inglés William Shakespeare: Entramos a la página del British Council y nos dedicamos a la sección de juegos: Confieso que quien más se divirtió en clase fui yo, al punto de que los chicos se rebelaron a abandonar el aula. Mi torpeza para presionar las teclas me hizo fracasar en el juego y sirvió para reírme de mí mismo-los chicos se rieron más-, al fin y al cabo, estoy aprendiendo y espero tomar revancha pronto.
La interacción en el aula y las propuestas de aprendizaje con apoyo de las nuevas tecnologías son dos de los tópicos que deben formar parte de nuestras discusiones. Si queremos ciudadanos proactivos y críticos, debemos estar atentos a las nuevas maneras de ser y de estar de nuestros estudiantes. Una revolución callada está poniendo patasarriba a la escuela. Ayudemos a cambiarla. Se lo merecen los niños y jóvenes que pertenencen a los estratos más pobres de la sociedad.
Artemisa, al comentar mi post anterior citó una frase que cae como aillo al dedo:" La vida es como montar en bicicleta. Si te quedas quieto, te caes".

1 comentario:

  1. El año pasado estuve participando en un proyecto cuyo objetivo era acompañar a escuelas y colegios públicos en la implementación de sus modelos de evaluación. Una de las personas que participaba en el proyecto decía que si fuera posible devolvernos en el tiempo 100 años, todo sería distinto, excepto una clase.

    Coincido con usted Dago cuando dice que es necesario renovar la escuela pues todo en nuestra sociedad se transforma a una velocidad alucinante, pero la educación parece ir a otro ritmo. Es paradójico que a la escuela se le atribuya la enorme responsabilidad de transmitir el acervo cultural de una sociedad pero al mismo tiempo se reduzcan drásticamente los recursos destinados para tal fin.

    Dago, admiro su capacidad para aprender nuevas cosas. Aunque se equivoque con el tablero interactivo, en mi opinión, les está enseñando a sus estudiantes algo mucho más importante: no temer a los retos.

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