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lunes, 12 de septiembre de 2011


RENOIR


DEGAS


RECUERDOS Y OLVIDOS

Alejandra me cuenta historias de personas que conoció en su infancia, allá en Santafé, un caserío de Magangué, al cual se llegaba en canoa remontando el río Magdalena y desviando en determinado punto por algún brazo del río. Recuerda a Ezequiel, un viejo que madrugaba a hacer tinto en su vivienda humilde. Cuando la olleta hervía, agarraba un tizón prendido y lo metía en el recipiente. Luego, se sentaba con Alejandra a tomarse su taza de café humeante, mientras desgranaba historias de seres mágicos, algunos de ellos impregnados de misterio y maldad. En épocas de lluvias, el caserío se inundaba y debían correr hacia la casa de la familia pudiente del caserío , instalada en la parte más alta del poblado y construida en concreto. Allí se reunían a esperar que el río disminuyera su caudal. Mientras tanto, se conversaba sin pausa, y las anécdotas y las historias parecían exorcismos eficaces contra los desmanes del tiempo.

En alguna parte leí que los sucesos se convierten con el paso del tiempo en versiones, suma de palabras y recuerdos. De la materialidad de los hechos, sólo queda el testimonio verbal. Me parece que algunos recuerdos de Alejandra están ligados a sus miedos infantiles, a la cantidad de personajes míticos que abundan-¿abundaban?- en aquella región. Don Ezequiel ya no existe.Queda el recuerdo.

Pero, ¿qué es el recuerdo? Comencé a leer LOS ENAMORAMIENTOS, la novela de Javier Marías, escritor español, y a medida que me adentraba en la historia me pareció que allí se desmenuza sin compasión la fragilidad de lo que llamamos presente, de la levedad de la memoria, de las argucias que nuestro cerebro maquina para recomponer las fidelidades hacia un pasado que se ha ido sin darnos cuenta. Luisa Aday, viuda de Miguel Deverne, asesinado por un demente, intenta reconstruir en su cabeza el momento en que el asesino hunde su navaja repetidas veces en el cuerpo de su marido. De lo que tal vez pensó, de lo que hubiera sucedido si en vez de...: " Cada vez que me acuerdo de algo bueno, al instante se me aparece la imagen última, la de su muerte gratuita y cruel, tan fácilmente evitable, tan tonta. Y el recuerdo se enturbia, se hace malo.En realidad ya no me queda ninguno bueno. Todos me resultan ilusos. Todos se han contaminado".

A un enamorado, su cerebro le organiza de manera selectiva los recuerdos, privilegiando aquellos que constituyen la "sustancia" que hace posible la traga. Olores, gestos, palabras, caricias ocupan su sitial en el formato dispuesto para tal fin. A la basura van a dar las demás cosas. Y cuando sucede lo inevitable-el adiós, la muerte del otro- se vive un periodo de ebullición cuya esencia se toma de los recuerdos, la intensidad de las imágenes se acrecienta y la incertidumbre toca a la puerta. Un día cualquiera se despierta esa persona y la intensidad del recuerdo ha amainado, la tormenta semeja un pequeño chubasco y al final, el olvido. No es que todo se borre. La memoria edita los recuerdos, les imprime dosis de realismo que despojan del halo romántico el enamoramiento, convertido ahora en ligera niebla mañanera. Ha salido el sol. De nuevo, a empezar.

¿Y qué pasa con aquellos que a pesar del paso del tiempo y de los sisabores siguen frescos en su enamoramiento? En realidad, lo que ha sucedido es que el amor en estos casos se convierte en obsesión, tal vez se depende de manera absoluta del otro, quizás el encantamiento que produjo el encuentro sexual pasó a ser el opio de todos los días. Una fijación que impide el desgaste, o que lo encubre hasta convertirlo en tiranía. Y el vehículo propicio para la continuidad de la historia lo aportan las palabras.

Atrapados en la rueda del tiempo, valoramos cada vivencia como algo absoluto, eterno. El pez enjabonado que se escapa de nuestras manos. ¿Qué pasó con aquella pareja que rompió las convenciones y decidió abrir la puerta a su amor desaforado? ¿Qué de aquella mujer que encantó a tantos hombres? ¿Qué de aquella viuda repentina por el suicidio del hombre que la amaba? Sus historias son volutas de humo y sin embargo, renace a cada rato esta historia en la piel de otra, de otros. Igual que las hojas de los árboles. A mí me obsesiona la existencia en su movimiento, la lucha por hacer perdurable un momento, uno solo, que es la vida.

Izumi Shikibu, la poeta japonesa del periodo Heian, escribió su Diario entre 1002 y 1003. Escrito en tercera persona, relata una historia de amor apasionada entre el príncipe Atsumichi y una mujer(¿Izumi?) que ha enviudado hace algún tiempo. Entre la narración se intercalan poemas-tankas- . El siguiente fragmento resume de manera poética eso que intenté explicar de manera racional:

El fin del año estaba al caer. El primer día del undécimo mes amaneció como un día de primavera, pero a la mañana siguiente nevó. El príncipe envió un poema:

Desde los tiempos de los dioses
viene nevando.
Es cosa sabida.
Pero la nieve de esta mañana
parece más fresca que nunca.

Y ella respondió:

¡Las primeras nieves!
Os veo todos los inviernos,
eternamente jóvenes,
pero mi rostro
envejece con cada invierno.



















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