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sábado, 20 de mayo de 2023



TARDE DE CINE

La madre toma de la mano a su hija casi adolescente   y se dirige a la sala de cine del barrio. Ambas, peinadas como si el viento hubiese sido el peluquero borracho, sus vestidos de colores y sonrisas para saludar a doña Gracia, a don Tomás, para evadir a los piropeadores ociosos de la esquina. Ella sabe que en realidad cumple una cita con su amor de siempre, ese hombre cuyos labios la acarician en las noches silenciosas de junio. Marcelo, Marcelo, musita y su pensamiento vuela hacia Roma. 

Madre e hija  juegan a atrapar la brisa juguetona que enreda sus cabellos, ladean sus cabezas, agitan sus manos  olorosas a perfume. Y sonríen. Entran a la sala de cine y al apagarse las luces, emerge en la pantalla el hombre, deseable, fresco, evadiendo las trampas de la seducción que otra, en la pantalla, le tiende. 


Termina la función y se dirigen al puesto de frutas de Pachito. Mango, patilla y  mandarina. ¡Qué delicia! Luego, el paseo final: al puerto. Ella camina y el viento la saluda, le agita sus faldas y la melena se alborota. La mujer se convierte en patilla, en mango, en mandarina. Ella no es Remedios la bella, así que no sube al cielo.  Levita apenas unos centímetros del suelo, los suficientes para ocasionar un revolcón en el mar. Suben las olas y en cada movimiento, peces multicolores saltan y saludan a la mujer. 

Llegan a su casa. Humilde, limpia y acogedora. Es hora de quitarse las galas. De ponerse la bata de algodón, de dar de comer al gato. ¿Qué sería Marcelo en su casa? ¿generoso, colaborador, amoroso?  ¿Patán, violento, flojo? . Ella se siente suficiente para vivir, para compartir, cuidar y amar a su hija. Marcelo sería apenas un ratico, un momento que pasa.

sábado, 13 de mayo de 2023

 


CAMBIOS, DUDAS Y ATARDECERES SOLEADOS

Con  frecuencia repasamos nuestras vidas, retornamos a los recuerdos que nos acompañan siempre, a las dudas que surgen por el camino. Y nos hacemos preguntas y nos cuestionamos. Alba Lucía Mera, periodista y escritora, escribe: 

Pienso cuántas generaciones han protagonizado las historias que pudieran contarnos, las escenas amorosas, las peleas, las conversaciones secretas, los sufrimientos y las angustias. Ese tiempo que no tuvieron de gozar un atardecer soleado, sentir la arena de una playa en los pies descalzos, esas voces que jamás escucharon porque siempre tenían prisa de otras cosas, esos besos que nunca dieron porque había que llegar a tiempo a otra parte. Esa esclavitud del reloj, esa impaciencia, esas rabias acumuladas, esas vidas que no vivieron porque vivieron las ajenas. Reunidos, algunos ya en sillas de ruedas, otros con la bala de oxígeno al lado para poder respirar, otros ya incontinentes y temblorosos, unidos a un catéter(Y el mundo sigue girando, El Espectador).

Expresa Aura Lucía el permanente malestar de vivir, ese vacío y la ansiedad por encontrar un puerto seguro, una rutina placentera. Por sentirnos plenos en un mundo y unas circunstancias cambiantes, sujetas a vaivenes y tremores que pululan sin pausa. Nuestro cerebro nos pone cada cierto tiempo frente a nosotros mismos y surge el deseo de  encontrar una fórmula para la depresión y la ansiedad. Un remedio definitivo que nos acerque al paraíso, espacio del fin de las contradicciones. Lo dice la periodista:

Acabar ese afán de dinero y cosas materiales y encontrar cada día que resucitemos el valor de las cosas intangibles, las que jamás mueren, la alegría, la generosidad, el perdón, la compasión, el amor incondicional, el respeto, la ternura.

Sucede  en ocasiones, una reunión de amigos, una charla. Alguien habla y nos plantea una perspectiva nueva acerca de la mejor manera de vivir. Por un momento nos sentimos flotando en una esfera celestial, el aire pleno y el corazón lleno de emoción. Así es, pensamos. Necesitamos un cambio radical en nuestra manera de asumir la vida, nuestras relaciones. Luego, pasado un tiempo, aquello que nos remeció ha pasado a un segundo plano. ¿Por qué?

Dejemos que sea Emily Dickinson, la poeta estadounidense quien nos ofrezca una respuesta:

Nuestras vidas son Suizas./ ¡Tan serenas, tan frías! Hasta que-alguna tarde-/ los Alpes descuidan sus cortinas/  y podemos mirar mas lejos.

¡Italia está del otro lado!/ Mientras que-como guardias-/los Alpes solemnes,/los sirénicos Alpes/ ¡se interponen siempre!

 ¿Entonces no cambiamos o cambiamos muy poco? Claro que cambiamos a medida que pasa el tiempo. Esa es nuestra condición. Algunos cambios demandan actitudes radicales; por ejemplo, modificar nuestras valoraciones con respecto a la mujer, a la educación de los niños, al cuidado del medio, al consumo de alimentos, al respeto a la comunidad LGBTI. Entre lo que somos y lo que anhelamos, hay distancias grandes, no insalvables. 

Todo cambio implica nuevos retos, confrontaciones, contradicciones. Suiza e Italia como dos hermanas siamesas. Lo importante consiste en atreverse a cambiar.