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domingo, 14 de junio de 2015

Algo de lo que he aprendido de Dago

Cuando pienso en Dago me pregunto siempre cómo puede existir en el mundo una persona con una mirada tan comprensiva de la vida. Con su ojo agudo y sensitivo, Dago ausculta la realidad práctica y filosófica de su entorno y del mundo entero. No me cabe la menor duda de que Dago puede llamarse sin temor a equivocarse El Guaduero Universal.

Creo que la afición de Dago por el conocimiento le viene de una fuente a la vez maravillosa e inusual en estos días: sus dos mamás, como él las llama, que le dieron dos miradas que lo han acompañado durante toda su vida. Su mamá Ana Rosa le mostró el amor a la curiosidad. Ella lo ponía todos los días a leer el periódico en voz alta mientras lavaba o hacía coronas para los funerales, y así aprendió el joven Dago a enamorarse de las noticias diarias, a estar al tanto de lo que pasa en el mundo. Su mamá Celedonia, por otro lado, le enseñó la inmensidad del amor que es capaz de hacer lo que sea con tal de proteger. Cuenta Dago que un día Celedonia encontró a uno de sus hijos ardiendo en fiebre, y se lo llevó a cuestas hasta el hospital más cercano que queda ni más ni menos que a 30 kilómetros de Guaduas. Así nomás, con amor estoico y sin quejarse ni decir una palabra.

Por otro lado, Dago aprendió bien temprano a apreciar el poder imaginativo de la magia. Su mamá Ana Rosa, que era todera, también leía el tabaco. No sabemos qué tan acertada era, pero lo cierto es que Dago estuvo rodeado de este ambiente mágico que también se puede sentir en su gusto literario. Claro, Dago se ha vuelto muy elaborado y en vez de la lectura del tabaco prefiere hablar del budismo, el hinduismo, y las culturas asiáticas, pero ahí está el bichito de la curiosidad mágica que pica su alma "agnóstica".

No se puede recalcar más la importancia de las dos mamás en la vida de Dago. Creería que alrededor de ellas Dago descubrió también los principios del amor. Cuando se quedaba viendo a las clientas (mucho mayores que él) de su mamá Ana Rosa, ella le decía con mirada reprobatoria: "A caballo grande, ande o no ande". Luego se enamoraría de la que ha sido su amor vital, Alejandra. Ahora que pienso en este nombre, veo que tiene tres letras a, una al principio, una en la mitad, una al final. Amor, Alegría, Alma. Principio, medio y fin de Dago, de Laura y de mi.

Bueno, pues Dago nació en este pueblito en el valle de Guaduas que por mucho tiempo estuvo aislado del mundo, pero él encontró las conexiones que trascendieron las barreras. La lectura, la curiosidad, el positivismo no ridículo que lo caracterizan, la sensibilidad y el disfrute de la vida. A mi me da risa cuando paso por las calles de las ciudades y veo estatuas de soldados y generales y presidentes. Me parece absurdo que glorifiquemos las armas. Yo le haría una estatua a Dago, que le ha dado a muchas generaciones de estudiantes la chispa de la imaginación, de la creación, de la construcción, del gusto por la vida. Simplemente estoy muy agradecido por tener el padre que tengo, a quien no dejo de admirar y que me enseña tanto incluso estando lejos físicamente. Feliz cumpleaños!!!

Con todo mi amor,
Diego.