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sábado, 4 de mayo de 2013

   MEMORIA POR CORRESPONDENCIA


Hace muchos años, los estudiantes  de Guaduas en edad escolar  asistían el día domingo a la misa de once de la mañana. Era una actividad obligatoria. A lo largo de la ceremonia, los pensamientos  eran invadidos por la imagen del pan de dulce-mojicón-  que se le entregaba a cada chico a la salida. Para quien no asistía ese día, el castigo consistía en ser llamado al frente de la formación escolar el día lunes para recibir unos cuantos varazos en las manos. 

Para muchas generaciones de colombianos, la escuela y la familia fueron dos dominios  en los que se afianzaba hasta el delirio la formación religiosa. De las prácticas estrictas de semana santa hasta la memorización del catecismo del padre Astete, el mundo aparecía como el escenario en el que se realizaba  una constante lucha para librar de las garras del demonio a niñas y niños. Los hijos ilegítimos-naturales,los  llamaban- sufrían el escarnio y el rechazo social y la escala de valores, altamente jerarquizada, ponía en primer lugar al sacerdote, por su condición de representante de Dios en la tierra.

Emma Reyes,  artista nacida en  Bogotá en 1919 y fallecida en  Burdeos, Francia en  2003, escribió veintitrés cartas dirigidas a Germán Arciniegas, que la editorial Laguna Libros publicó de manera póstuma con el título de Memoria por correspondencia en abril de 2012, con varias  reimpresiones. Su lectura avivó mis recuerdos de épocas pretéritas y de nuevo me trasladó al universo de la infancia, la memoria y el olvido.


El libro, escrito de manera epistolar, narra la infancia  de Emma, hija ilegítima, a comienzos del siglo XX en diversos lugares de la Sabana de Bogotá:

 La casa en que vivíamos se componía de una sola y única pieza muy pequeña, sin ventanas y con una única puerta que daba a la calle...En esa pieza vivíamos mi hermana Helena,un niño que nunca supe su nombre, que lo llamábamos piojo, una señora que sólo recuerdo como una enorme mata de pelo que la cubría completamente y que cuando lo llevaba suelto yo daba gritos de miedo y me escondía debajo de la cama


En una ocasión, María, la señora de la mata de pelo- ¿su mamá?- les dijo a Emma y a su hermana que se iba a ir unos días y se llevó a Piojo. Luego de varios días regresó sin el niño: "El piojo no vuelve más. Su papá, ese señor que vino aquí, es un gran político, tal vez va a ser el Presidente de la República..."


La mujer salía temprano en la mañana y regresaba en la noche: Un día regresó muy, muy tarde;

Nosotras estábamos llorando de hambre, venía cargada de paquetes y por primera vez nos trajo unos roscones y bocadillos de guayaba.Nos preparó la comida e improvisadamente se puso a reír, a reír como loca; las lágrimas le caían a chorros, nosotras estábamos asutadas y no sabíamos si reír con ella o llorar; cuando logró calmarse un poco nos dijo dando un golpe con la mano en la mesa:-nos vamos de este carto miserable, mañana empezamos a hacer los paquetes, vamos a un pueblo lejos y tendremos una grnade casa-.

En el relato, un personaje muy importante visita a la mujer y le ayuda a instalar un negocio en Guateque.


Se inicia así un recorrido que va a parar en un convento de monjas,  adonde María deja a las dos niñas. Sin la experiencia de tener una mamá, y con el estigma de ser hija ilegítima, Emma y su hermana relizan el proceso complicado de adaptarse a un mundo en el que se trabaja desde la alborada hasta la noche, sin afectos y con la dura disciplina impuesta por las monjas: "Sor Teresa, la más vulgar, ordinaria, con alma de verdugo,dirigía la ropería y la lavandería", "Sor Honorina era nuestra diversión.Italiana, hablaba malísimo el españoi, bastante vieja, pero de una agilidad y nerviosidad que parecía un trompo:::",  "el primer oficio que me dieron fue el de barrer con una escoba chiquita las montañas de espuma de jabón que se formaban en los sifones de la lavandería y que impedían salir el agua".

Poco a poco aprende el oficio de los bordados, del cual se vuelve experta y se hace imprescindible."Cuando me picaba los dedos con las agujas y me salía sangre, Sor carmelita me decía que por el hueco se me iba a salir el alma...la carrera de bordadora empezaba por apredner a sacar la aguja.Las costuras delicadas en olanes de cristal y especialmente las de raso y mauré, que eran bordadas en hilos de oro o plata,no se podían enrollar porque se chafaban.."

Bizca, las monjas deciden ponerle a Emma anteojeras: "maravilloso remedio, yo estaba feliz porque me veía diversa a las otras".  Rezando, mientras bordaban, ofrecían Ramilletes espirituales, regalos ".para el santo de  la directora,para el santo del capellán otro ramillete...para enviarle  al Papa a Roma el día de San Pedro un ramillete; para...". de esta manera las internas vivían endeudadas,  por lo que debían rezar y rezar para cumplir con lo ofrecido, que además se llevaba en rigurosa contabilidad por parte de una monja.


La vida de Emma en aquel periodo se caracteriza por una dedicación al trabajo, poco o nada de afecto, castigos injustos, mucho rezo y temores ocasionados por la presencia del diablo, tan atento a hacer pecar a estas pobres niñas, tan inocentes como las muchachas de provincia  que cantara El Tuerto López.

El humor y una capacidad narrativa magistral hacen de Memorias por correspondencia un libro que merece leerse, para que aquellos que vivieron algo de estas experiencias las juzguen a la luz de la actualidad, y los que no, se sorprendan ante las peripecias de una niña analfabeta cuyo mundo se desenvuelve entre las frías paredes de un convento.

1 comentario:

  1. Leí el libro y en verdad es un retrato de lo que fue una época dura en varios sitios de Colombia. la forma epistolar nos hace compenetrar con la historia que allí se cuenta.

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