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jueves, 23 de mayo de 2013




 COMER, CONVERSAR, COMPARTIR

El piso, de tierra. Las paredes, pintadas de cal.Una estufa de leña. Ollas de barro. Una mamá que cocina. Unos niños que juegan. Los mas grandes cargan agua, lavan la loza.El olor de la comida se esparce por los corredores, se mete en las piezas. Poco a poco van llegando los adultos. La vieja mesa de madera se cubre con el mantel de plástico. A poner los platos y servir.  Hay risas, se juega, se come, se conversa.


Comer, conversar, compartir. El Espectador del domingo 31 de marzo de 2013 publicó un artículo, "¿Por qué comer en familia?" , en el que se comentan los resultados de una encuesta contratada por Coca Cola con Ipsos Napoleón Franco a 1350 personas de nueve ciudades de Colombia."El 74% de los encuestados  dijo que prefiere el plan de cocinar en casa al de salir a un restaurante, 43% aseguró que se reúne todos los días para comer con sus seres queridos (en la mayoría de los casos ese encuentro se da a la hora de la cena), y el 43% manifestó que  este tiempo es usado para conversar de los problemas y dificultades...Sin embargo, 35% confesó que cuando come en familia el televisor siempre está prendido".


Lejanas están las épocas en que comer era una rutina de familia. Hoy se vive de prisa y las distancias impiden los encuentros familiares al medio día. Hace un buen rato  visité Manizales y me sorprendió la grata costumbre de que al mediodía se cerraban los negocios y todos marchaban a sus casas a almorzar y a echar la siesta. Cambian los tiempos y España, donde se practicaba la siesta  prolongada, ha visto desaparecer de manera paulatina  esta costumbre por decreto.

El cine y en general el arte y la literatura han ahondado en las sutilezas que comportan los encuentros  alrededor de la mesa. La Gran comilona, película de  Marco Ferri-cumple 40 años de haber sido filmada-, cuenta la historia de cuatro amigos que se encierran en una casa para comer hasta el hartazgo, tener sexo y morir. 

Chocolate, dirigida por Lasse Halstrom, con la actuación de Juliette Binoche y Johnny Depp,
...narra la historia de una mujer soltera, Vianne Rocher (Juliete Binoche) y su hija, quienes llegan a Lansquenet, un pequeño pueblo francés, en el invierno de 1959. La vida trashumante de Vianne y su indiferencia ante el catolicismo sacuden las bases de la sociedad mayoritariamente conservadora y piadosa del pueblo cuyos habitantes, moralistas y reprimidos, viven de las apariencias y rechazan todo aquello que, por nuevo o desconocido, se introduce en sus vidas. Al poco tiempo de llegar, Vianne abre su propia tienda de chocolates, con la que lentamente comienza a ganarse la confianza de muchos en el pueblo, pero a la vez le causa enormes confrontaciones con las facciones tradicionales, quienes consideran que por quedar justo frente a la iglesia del pueblo, y trabajar los domingos, Vianne representa una amenaza para lo establecido. A medida que se acerca el domingo de pascua, la confrontación crece entre aquellos que la apoyan y los que la repudian, especialmente cuando Vianne decide organizar un festival del chocolate durante una de las celebraciones más importantes del Catolicismo(Wikipedia).


La comida ha estado ligada a los aspectos primordiales del ser humano, al igual que ha sido una de las manifestaciones  vinculadas con la celebración y el encuentro. Aquellas escenas de padres tiranos que aprovechan las cenas familiares para ejercer su autoridad-incluidos los golpes-, riñas y tensiones producidas por los conflictos que estallan en medio del convite,  miembros de la familia que prefieren comer en sus cuartos. O chicos que combinan un bocado con la inspección atenta del celular o la tableta, ajenos a las palabras que son apenas murmullos o música de fondo de un ritual mas íntimo, el de la comunicación virtual.
En cambio, existen momentos memorables en los que la comida  adquiere el papel de embajadora de buenas intenciones: una cena preparada con gusto para conquistar a alguien, un cumpleaños, un aniversario, el paseo de olla  o el simple deseo de compartir con los amigos.




Hace algunos años supe de una historia de amor adúltero  en la que los implicados, para expresar cuánto amor sentían el uno por el otro, se enviaban, ella a él una arepa  mordisqueada con ternura ; él  a ella, una empanada con mordisco incluido. ¡Ah cosas las del amor!

Esos bocaditos de amor, tan especiales, el plato  del doble gozo a la hora de la vianda-sabor y tertulia- y el compartir la mesa constituyen placeres inigualables. Allá los esforzados que se inventan almuerzos y desayunos de trabajo; que sus estómagos posean la coraza necesaria para soportar  la mezcla de ácidos y   preocupaciones, ojalá no se les ocurra un día inventarse una encuerada de trabajo. Ahora mismo me inscribiré en el movimiento de Comida lenta(slow food) y me tornaré un furibundo fan, dogmático, tropelero. Después de la siesta, por supuesto.








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