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viernes, 23 de julio de 2010



YOURCENAR Y LA VEREDA AGUACLARA

Camino por el sendero que conduce a la vereda de Aguaclara. El aire - “bello extranjero sin el cual no puedes vivir”, como dijo Marguerite Yourcenar – golpea mi rostro. Abajo, el valle de Guaduas, sereno, siempre verde.

A medida que avanzo por la carretera destapada, recuerdo el texto de Yourcenar, “ Escrito en un Jardín”, sutil poema panteísta que reivindica la belleza cambiante de la naturaleza:

Las raíces hundidas en la tierra, las ramas protectoras de los juegos de las ardillas, del nido y de los cantos de los pájaros, la sombra concedida a los animales y a los hombres, la cabeza en pleno cielo. ¿Conoces tú un método más sabio y más beneficioso de existir?

Cerca del lugar en dónde estoy, hay una desviación que conduce a un pequeño bosque de árboles antiguos, helechos majestuosos, mariposas multicolores, ardillas, un suelo tapizado de hojas secas y una quebrada sonora.

Y luego, el indignado sobresalto ante la presencia del leñador y el horror, mil veces más grande, frente a la sierra mecánica. Abatir a quien no puede huir.

Aquel santuario generoso que alberga la riqueza de un ecosistema dador de vida, había sufrido un ataque alevoso motivado por la codicia de un propietario de finca.

Y a pesar de todo, el manantial continúa su viaje incesante hacia el valle. Abarcos, palmeras, matas de piñuela, cuezcos, matarratones, cámbulos, ocobos…

Un jardinero me hace notar que es en otoño cuando se percibe el verdadero color de los árboles. En primavera, la abundancia de clorofila los cubre a todos con una librea verde. Al llegar septiembre, se revelan revestidos de sus colores específicos: el olmo, rubio y dorado; el arce, amarillo-naranja-rojo; el roble, color de bronce y hierro.

Después de caminar un buen trecho, corono la loma de Aguaclara. Al fondo, silencioso, el valle del Magdalena. Y el río madre, Yuma, río de la Magdalena.

Entre los más sobrecogedores paisajes incluyo ciertos fiordos de Alaska y de Noruega en primavera, donde el agua aparece a la vez bajo sus tres formas y diferentes aspectos. Agua del fiordo, tiritante, pero quieta; agua rutilante de las cascadas sobre la pared vertical de las rocas; vapor que se levanta de su caída; agua que en forma de nubes hace camino al cielo; hielo y nieve de las cumbres cercanas, pero hasta donde la primavera no ha subido.

Pienso en Yourcenar, en su sensibilidad pagana:

Tu cuerpo, en tres cuartas partes compuesto de agua, más un poco de minerales terrestres, apenas un puñado. Y esa gran llama en ti, cuya naturaleza desconoces. Y en tus pulmones, al interior de la caja torácica tomas y retomas el aire, ese bello extranjero sin el cual no puedes vivir.

(Las citas han sido tomadas del texto de Yourcenar “Escrito en un jardín”, en la revista Malpensante no. 99).

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