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jueves, 15 de julio de 2010



DON ALFONSO MARTÍNEZ


Allá por los años sesenta y setenta, un bus de la Rápido Tolima realizaba su recorrido diario de Guaduas a Bogotá y viceversa. A las 4 de la mañana, el bus se llenaba de pasajeros que viajaban a la capital con el fin de realizar diligencias en oficinas y entidades, realizar compras, conseguir productos y materiales para sus negocios. Era común ver a los pasajeros con sus maletas y cajas de cartón, en algunas de las cuales viajaba EL FIAMBRE, listo a ser devorado a las doce del día. Hecha la vuelta, acabado el asunto y de regreso nuevamente al "pueblito".

De Bogotá era poco lo que se conocía: La Jiménez era la vía imprescindible, alrededor de la cual se ubicaban los sitios para realizar las diligencias: Gobernación, almacenes, depósitos, bancos. Don chucho Pradilla, legendario conductor de la Rápido Tolima, era un "parcero" de los viajeros, a quienes conocía y lidiaba con paciencia-lo que no reñía con sus arranques de mal genio-. Puedo afirmar que era ese un bus familiar, en el que los pasajeros eran amigos y conocidos y no había secretos acerca de los propósitos del viaje de cada uno.

Viajar por placer consituía un lujo de pocos, y los pasajeros emprendían el viaje pensando en el regreso. Cargar con el almuerzo era la prueba reina de que se viajaba por necesidad, una incomodidad que no se podía eludir. Y la caja de cartón, recurso inmediato, práctico y desechable.

No puedo precisar cuándo comenzó la moda de las excursiones escolares a la Costa. Sólo quiero destacar que fueron este tipo de actividades las que abrieron las compuertas a muchos niños y jóvenes de Colombia para realizar ese sueño de conocer el mar. En buses climatizados, con un programa apretado y costo accesible, miles de estudiantes de escasos recursos lograron algo que parecía imposible para la mayoría: Viajar por placer, es decir, convertirse en turistas durante una semana.

Los profesores fueron precursores de una actividad económica que luego se generalizó y popularizó al punto de transformar comunidades quietas y apacibles en remolinos viajeros: ellos coordinaban las rifas, realizaban los contactos con empresarios de viaje, dirigían y cuidaban a los chicos ansiosos de salir por primera vez a otros lugares remotos.

Uno de esos empresarios turísticos es Don Alfonso Martínez. Gracias a su gestión empresarial, cientos de guadueros hemos podido viajar a la Costa Atlántica y Pacífica, la Zona Cafetera, el Valle del Cauca, Boyacá, Los Santanderes y Los Llanos Orientales. Al igual que don Chucho Pradilla, es don Alfonso un pana de los turistas locales, recreacionista, guía turístico, amigo de farra y en ocasiones, enfermero y consejero sentimental.

En la historia de las transformaciones culturales de Guaduas, juega él un papel destacado. Gestor de procesos culturales que lograron romper el aislamiento y la inmovilidad de Guaduas, logró conectarnos con regiones y pueblos de Colombia, nos brindó la oportunidad de compararnos con otros y fortaleció el respeto y la admiración por colombianos que afincados en otros lugares, forman parte de ese país generoso, rebuscador y alegre, a pesar de tanta violencia y discriminación de los poderosos.

!!!Gracias, don Alfonso!!!

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