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jueves, 4 de abril de 2013



LA HAMACA


Compadre Ramón (bis)
le hago la visita
pa´que me acepte la invitación
quiero con afecto
llevar al Valle cofres de plata
Una bella serenata
con música de acordeón (bis)
Con notas y con folclor
de la tierra de la hamaca 

Luis Vidales, el poeta colombiano, reivindicó la cama como el mueble mas entrañable de la especie humana. Quienes lo visitaban eran recibidos en  su alcoba, donde el poeta ejercía de sultán tropical de la palabra. Desde la comodidad de su cama enhebraba ideas y poemas en encuentros memoriosos en los que la palabra fluía diligente, como los tejidos de una cobija de tierra fría. Tal vez  Scherezada desgajaba las historias fabulosas al  rey en su lecho. ¡Cuántas historias de gesta han nacido en el tibio y acogedor espacio de una cama!

Yo, en cambio, reivindico la hamaca. Colgada en palos, en argollas, ubicada en corredores, patios, salas, potreros, la hamaca proporciona a los mortales la sensación de abandono total- Que me perdone el maestro Vidales-.   Tentadora, con su sinfín de colores, nos  invita a disfrutar del placer de la mecida, el reposo y el sueño que llega sin falta.

Hace algunos meses visité  San Jacinto, Bolivar, la tierra de las hamacas. A lado y lado de la vía principal se extienden los negocios que ofrecen tal cantidad de hamacas, lo que hace extremadamente difícil elegir una. Por supuesto, hay que regatear, salir, regresar, ofrecer y comprar.  Al final, la alegría de haber conseguido un objeto primoroso,  elaborado por manos sabias, llenas de conocimiento atesorado a lo largo de varios siglos.






Alguna vez leí que existe una tribu indígena colombiana cuya habilidad en el dominio de la hamaca es tan sofisticado que son capaces de hacer el amor allí sin problemas. Me imagino a un novato en hamaqueadas intentando abrazar y completar lo que mandan los cánones amorosos. De seguro terminará en el hospital, con costillas rotas, chichones y moratones, mas la verguenza del trabajo no cumplido.

Mejor elogiar su  carácter moroso y pasivo. Quien se acuesta en una hamaca se dispone a abandonarse al placer mas sutil y refinado de la vida: dejarse llevar por su delicado vaivén, vía segura al sueño  reparador. O, si se quiere, dedicarse a pensar sin prisas en aquellas cosas que nos fascinan o inquietan. 

Hay otros a quienes la hamaca les estimula la lengua. En esas posiciones, los pensamientos se alborotan, el juego aparece a cada rato y el diálogo se eterniza. Imagínense si en  la ONU  se instalaran hamacas y los delegados de países en conflicto decidieran, en vez de ordenar invasiones y sanciones, compartir un sancocho, organizar un picadito, bañarse en el río o, mejor aun, organizar un concurso de chismes.



En mi caso, disfruto leer  en hamaca. Qué  bueno la pasé leyendo El museo de la inocencia de Orhan Pamuk, devorando las setecientas páginas de la historia de amor entre Kemal  y   Fusun. Creo que la lectura   gana así  en percepciones y afina la sensibilidad- hasta que nos atrape el sueño-.


Cada vez que puedo, acudo sin falta a echarme en mi hamaca. Atravesado y orondo, me dispongo a dejarme acariciar por la suave brisa mientras observo a los azulejos devorar los bananos que les pongo en una tabla. Poco a poco, un calorcito ligero me invade y luego es el sueño. 






 







 







  





2 comentarios:

  1. A mi también me encanta. En el llano a una especie más ligera que la común, se le dice chinchorro.

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  2. Dago, tanto tiempo sin leer su blog. Pero, como el hijo pródigo, he regresado. Qué gusto me dio leer el texto de la hamaca. Evoqué con agrado los momentos que he pasado en una hamaca... y el dulce vaivén. Los bebés suelen calmarse con el vaivén; tal vez ese deseo de ser mecido permanece a la largo de la vida y ha de ser por ello que la hamaca resulta tan placentera. Un gran abrazo Dago.

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