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miércoles, 8 de agosto de 2012


 LA NOCHE

En una época de abundancia de luz artificial, el cine acude a las sombras para producir éxitos: crepúsculo, Drácula y tantos temas afines. La penumbra antecede a la noche, en la que ocurren hechos asociados con el misterio y los miedos. El día, con su carga de responsabilidades, da paso a la oscuridad, periodo prolongado en el que  puede ocurrir cualquier cosa. 

Ana Rosa me contaba que por allá por los años cincuenta, al caer las sombras nocturnas, las familias desfilaban discretas hacia al monte, ante el peligro de las bandas oficiales que, cual vampiros de Hollywood, atacaban a los moradores indefensos de muchos poblados. Allí, entre los árboles, pasaban la noche, atemorizados por el riesgo de ser detectados y atacados por esas hordas criminales. Al surgir la luz del día, regresaban a sus casas con la alegría de haber salvado el pellejo.

Aparte de la oportunidad que ofrece la noche para la impunidad, existe un capítulo especial que me atrae: pareciera que la oscuridad es propicia para activar aquellas zonas de nuestra alma que permanecen dormidas durante el día: esa disposición para el goce, la risa y el placer. El cuerpo adquiere energías internas que lo motivan a actuar con mayor libertad, a explorar sensaciones reprimidas por el marco que imponen las responsabilidades sociales.

A mí me encanta el viernes en la noche. Ha concluido una semana laboral y me dispongo al encuentro con los amigos, al calor de una cerveza, con la palabra que curiosea por zonas expansivas, lúdicas. El ser humano alcanza en esos momentos la placidez que otorga la libertad y el sentido del juego. 

  El otro aspecto de la oscuridad que me agrada es la oportunidad que brinda para mirar las cosas humanas desde perspectivas distintas, contrarias a las del día. Pasan las horas, las calles se vacían y nos encontramos solos, con nosotros mismos. El bullicio del día se ha ido. A lo lejos se escucha una sirena. Ladran los perros y alguien tose. Para alguien, 

Habiendo enfermado en el camino,
mis sueños
merodean por páramos yermos
 (BASHOO)


Nada mejor para terminar que recordar los versos de Ovidio:

la noche, el amor y el vino
nunca dan consejos de moderación.
La noche desconoce el pudor, mientras 
que el amor y el vino desafían la moderación

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