Buscar en este blog

sábado, 28 de enero de 2012





EL ARTE DE MIRAR

Expresé en un post la admiración que siento por Bill Cunningham, el periodista del New York Times que recorrió durante muchos años las calles de Nueva York en busca de tendencias, rupturas, novedades en la moda. Con su cámara terciada al hombro y montado en su bicicleta, Cunningham husmea con olfato de sabueso la riqueza visual que inunda de colores a la Gran manzana. Más de cien culturas y lenguas la pueblan y al irrumpir la aurora las calles son tomadas por el vuelo de millones de mariposas que exhiben sus mejores galas.

Hacer de la vida una experiencia de observación que se afina a medida que transcurre el tiempo, andar atento a las sorpresas que se encuentran en el lugar menos esperado, descubrir tendencias, sorprenderse ante la exhibición callejera de seres que han destinado una buena porción de tiempo en sus hogares a acicalarse, buscar las prendas que nos den ese toque de distinción, tan necesario a la hora de los encuentros. Una vez disfruté un trancón en Bogotá pues al lado del bus urbano en que viajaba se situó un automovil. La conductora aprovechó esta circunstancia para sacar sus consméticos y acicalarse con una dedicación única. Vi trazos mágicos hechos con el lápiz labial, admiré la precisión del lápiz de sombras, y al final dos labios remolones que le imprimían el toque final al rouge.

Cada mañana se celebra ante el espejo un acto de transformismo vital, cambio de piel que nos invita a asumir los roles sociales. Las prendas que usamos nos ubican en clases, tribus, galladas, oficios, tendencias. Todos buscamos la dosis personal de originalidad, y terminamos alineados en equipos diversos. Y sin explicaciones, alguien descubre la veta secreta, la combinación mágica que armoniza colores y texturas. Ahí va, primorosa, radiante, con sus pétalos de seda. Las miradas coinciden en el conjunto que extasia.

Ese acto de vestirnos cada día es uno de las experiencias autónomas íntimas que nos define. También tiene mucho de dependencia, cuando la espontaneidad y la libertad son reemplazadas por la moda tirana. Para lograr la armonía se requiere de allá y de acá. Un poco de frescura y una pizca de inventiva,olfato para identificar las tendencias que se ajusten a nuestro equipaje, ingredientes básicos para alcanzar el toque perfecto.

Debo confesar que soy la negación de todo lo que he dicho anteriormente. A lo largo de mi vida, he parecido un maoísta tropical, siempre con mis bluyines y camisetas deslucidas . En cambio, me encanta descubrir en la cotidianidad la belleza que se muestra a toda hora, en cada calle. Como Bill Cunningham.





1 comentario:

  1. Dago, permítame contradecirlo en este último aspecto. Cuando nos hemos visto en Bogotá, en donde el sol fácilmente se convierte en lluvia, generalmente usted luce sombrero y abrigo, lo que en mi opinión, lo hace ver como un hombre sobrio y elegante. Cuando nos hemos visto en Guaduas, en donde el sol y el viento acarician la piel, usted viste guayaberas de hermosos colores, que constituyen un reflejo de su personalidad cálida y fiestera.

    Algunas veces existe una brecha entre la manera como uno mismo se percibe y la manera como lo perciben los demás. Tal parece que este es el caso, pues yo pienso que usted se caracteriza por su buen gusto al vestir.

    ResponderEliminar