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martes, 19 de julio de 2011


MONA DESCALZA-BRAULIO, HONDA


CHARLES BAUDELAIRE


DEL MIRAR


Uno de los placeres más grandes que la vida nos concede consiste, cuando se arriba a un lugar nuevo, en sentarse en un café, pedir una cerveza o una taza de café y observar la marea incesante de personas que vienen y van. Ocultas bajo el ímpetu de los viandantes se esconden historias fascinantes, relatos invisibles que componen el armazón de un mundo en perpetuo movimiento.

Privilegio de dioses el contemplar el flujo ininterrumpido de personas y vehículos a lo largo del día. Hordas de guerreros que se alistan al combate cotidiano abordan presurosos el metro, el bus, el tranvía, fijando una pausa antes de que se abran las puertas del coliseo.

Tomás Carrasquilla creía que el goce más grande se lo daba el contemplar a través de las ventanas y puertas abiertas en su viaje a la casa o al café, sucesos entrevistos por la mirada fugaz, ramalazos de historias, fragmentos de vida que la imaginación reconstruye, con la sabiduría que otorga vivir en sociedad.

Reclamo el derecho irrenunciable a mirar. Esos niños que esperan el bus escolar temprano en la mañana, la mujer que se retoca el rostro en el vehículo, los jóvenes que ríen alborozados, el hombre que duerme en el bus. En un apartamento, a través de la ventana se observa un viejo que riega una planta, un gato se desliza silencioso intentando atrapar una paloma. Y en cada gesto percibido, en cada movimiento captado se oculta una historia, la que no conocemos, la que quisiéramos saber.

Me encanta mirar los rostros de los desconocidos que pasan junto a mí. ¿Ese anciano de mirada taciturna adónde irá?¿ esos hombres de traje elegante que hablan atropelladamente, a quienes amarán?,¿ la mujer que carga varios paquetes de compra tendrá una vida doble?. Recuerdo una película antigua en la cual en una escena jugaban unos niños a la golosa. Uno, de pie, observaba silencioso a los otros niños, con las manos en los bolsillos. Ese niño, sospecho, era yo.


Charles Baudelaire escribió en su libro LAS FLORES DEL MAL un soneto del cual me reclamo admirador por lo que de sugerente tiene con respecto a lo que vemos:

A UNA QUE PASA

El fragor de la calle me envolvía en aullidos.
Alta, esbelta, de luto, majestuoso dolor,
vi pasar la mujer que con mano fastuosa
levantaba y mecía de su falda los bordes.

Noble y ágil, luciendo una pierna de estatua.
Yo bebía crispado, como un peregrino,
en sus cárdenos ojos, cielos hechos borrasca,
la dulzura que embriaga y el placer que da muerte.

Un relámpago...luego sólo noche. Belleza
fugitiva que mira devolviendo la vida,
¿no he de verte otra vez más que fuera del tiempo?

Oh, muy lejos de aquí, tarde ya, ¡tal vez nunca!
Yo no sé adónde huyes, donde voy tú lo ignoras,
tú a quien yo hubiese amado, tú que bien lo sabías.

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