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sábado, 30 de julio de 2011






LIBROS, RELATOS Y VIDA



Finalicé la lectura de 1Q84, la novela de Murakami y me invadió cierta sensación parecida a la salida de un cine. La oscuridad es rota por las luces. Afuera la vida transcurre con su ritmo acompasado. Al abandonar la sala y recibir el golpe de la luz en el rostro, el mundo visto en la pantalla se va evaporando lentamente. Y sin embargo, los personajes, las situaciones, las peripecias, los conflictos nos interrogan, nos ponen en cuestión con nuestras percepciones y un deseo de prolongar la vivencia letrada o visual se resiste a aceptar lo que por comodidad denominamos normalidad.

En mi vida perdura el impacto que me provocó la lectura de MEMORIAS DE ADRIANO. Recién terminado, , anduve alejado durante días de las preocupaciones cotidianas. Las reflexiones del emperador, su visión pagana de la vida, el fin de la juventud y el arribo de la vejez, las enfermedades y la proximidad de la muerte, las ambiciones de poder, la amistad:

Los hombres más opacos emiten algún resplandor: este asesino toca bien la flauta, ese contramaeste que desgarra a latigazos la espalda de los esclavos es quizá un buen hijo; ese idiota compartirá conmigo su último mendrugo. y pocos hay, que no puedan enseñarnos alguna cosa. Nuestro gran error está en tratar de obtener de cada uno en particular las virtudes que no posee.

Los libros-las lecturas- nos permiten a obtener una perspectiva mas compleja de la condición humana, lo cual no implica que los libros nos hagan mejores personas. El mayor atributo de las historias radica en su capacidad para brindarnos durante el tiempo de la lectura el disfrute de una experiencia única, la que tiene la propiedad de ofrecernos el espejo de una trama en la que nos miramos absortos. ¡Cómo sufrí con el amor de Tsukiko, la mujer solitaria y Harutsuna, el maestro. Carrera contra el tiempo de una relación que se nutrió de soledad y ternura:

Suelo llamarlo en voz baja: "¡maestro!". De vez en cuando oigo su voz que me responde desde algún lugar del cielo: "Tsukiko". Preparo el tofú hervido como él, con bacalao y crisantemo ."Algún día volveremos a vernos", le digo y el maestro me responde desde el cielo:"No tengo la menor duda".

En noches como ésta, abro el maletín del maestro. En su interior no hay nada, sólo un vacío que se extiende. Un enorme espacio vacío que crece sin parar.

Afuera, los cerezos en flor nos recuerdan la brevedad de la vida y la eternidad que cabe en un suspiro.

Una situación particular me ocurrió con Detectives Salvajes, deRoberto Bolaño. Al comienzo no me atrajo la historia. Dejé el libro en algún lugar y cierto día desapareció, como si mi desinterés hubiera sido el conjuro que lo desterró de mi vida. A veces, me asaltaba el recuerdo de una trama que poco a poco me iba resultando cercana, necesaria. Busqué el libro sin éxito hasta que el día menos pensado lo hallé en un lugar donde antes no lo había visto. Reinicié la lectura y me atrevo a decir que disfruté de una historia -mejor decir de muchas historias- en las que se mezclan estilos, puntos de vista, suspenso, registros linguísticos múltiples y una de las prosas más atrayentes de la literatura contemporánea.

Converso con Oscar, mi exalumno y hoy día doctor en literatura por la Universidad de La Sorbona. Me agradan sus juicios inteligentes, su capacidad para escuchar, la enorme sensibilidad con que aborda la poesía contemporánea. Coincidimos en que el libro como objeto físico puede desaparecer, no así el gusto por la lectura. Creo que en un futuro cercano la lectura se aproximará a una experiencia integral en la que el sonido, la imagen y el texto-y el olfato- nos brindarán emociones más completas y nos abrirán nuevas perspectivas para abordar la literatura-y por supuesto las demás disciplinas-.

El gusto por los relatos sigue siendo la primera preocupación humana. Las fuentes y los formatos son numerosos, la pasión es única e intemporal. Arrebujada en su cama, una mujer lee Ana Karenina mientras el frío glacial paraliza el viento. El relato le brinda el refugio interior necesario para protegerse del clima. Muy lejos de allí, un joven se trepa a un palo de mango a leer Cien años de Soledad. Alejandra me cuenta que leía La Dama de las Camelias bajo las cobijas, porque su padre no le permitía la lectura de esa obra que él consideraba poco edificante. Y un niño de cuatro años convierte una lonchera en caja de libros ambulante. A cada persona que se encuentra le pide que le lea un cuento.

En mi imaginación, la sociedad totalitaria perfecta es aquella que prohibe la existencia de los relatos. Hace poco leí que en un país de Europa Oriental un tirano había prohibido las reuniones de dos o más personas en sitios públicos. La conversación elevada al rango de delito.

Camino por la vida sediento de historias que como collage nos muestran el variopinto escenario de la vida. Muchas veces he sido arrastrado por el vórtice de relatos en los que el ingenio, el dolor y la pasión nos dan la medida de la condición humana: ese pillo que me cuenta cómo tumbó en Venezuela y Ecuador a muchas personas, la familia que me relata su éxodo al Caquetá, el chico que describe una fiesta loca en Bogotá, las historias de miedo ocasionadas por los grupos armados que como fantasmas recorren la geografía colombiana, la pena de amor que no cesa por el abandono inesperado, la conquista lograda en la red, la nostalgia de un viejo por los tiempos idos, los milagros que ocurren en nuestra vecindad.

En libros o en la red, en la calle y en la oficina, en la alcoba o en la fábrica se producen deslumbramientos ocasionados por una historia que estimula el cerebro y nos transporta a mundos prohibidos, desafiantes.

Innumerables Sherezadas me seducen cada día con sus relatos fascinantes. En libros o en relatos orales y visuales descubro facetas de la condición humana. Piezas maestras con las que se construye la máquina imperfecta de nuestras vidas.



























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