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jueves, 14 de octubre de 2010



Reloj, no marques las horas

Ricardo solía exhibir su reloj de pulsera a toda hora, incluso cuando jugaba fútbol. Nosotros sentíamos envidia por el jovencito que se robaba la atención de las chicas con su reloj Mirado, que vaya usted a saber de dónde lo había sacado. Una mañana, en la escuela, se escuchó un grito aterrador: Descompuesto, Ricardo mostraba su brazo, sin el reloj. Alguien, en un descuido, mientras Ricardo se lavaba las manos, había robado el símbolo de poder y conquista que nos malquerellaba con el susodicho.De nada valieron las amenazas y los castigos de los profesores, pues el reloj jamás apareció. Vimos el cambio de aquel chico que en cosa de segundos se convirtió en un ser melancólico y agresivo.

El enamorado que espera a su amada se desespera y mira la hora, inquieto. ¿Vendrá? ¿Me dejará metido? Y el lento ritmo del bus en un trancón obliga a cálculos desesperados a los pasajeros, que suman y restan minutos mirando con terror la pantalla del reloj. Caballero incansable, el tiempo define nuestras vidas, acelera nuestras funciones vitales, marca los momentos trascendentales, organiza la experiencia colectiva de una sociedad y horada nuestras vidas.

Cuando asesinaron al "mono Jojoy", la prensa destacó el hecho de que el temible guerrillero portaba un Rolex muy costoso. Igual se dijo del de Raúl Reyes, aunque luego se supo que ese reloj era de imitación, comprado por un comisionado de Paz en alguna ciudad europea. Guerrilleros,, paracos, ejecutivos, gente elitista, todos a una, encuentran en este adminículo una manera de mostrarles a los demás que son" de mejor familia". Y nada mejor que portar, en continente costoso, el registro del tiempo implacable que nada perdona. La vanidad y los egos inflados no advierten la sutil gota de veneno que destila cada segundo esa máquina metódica.

El reloj, fetiche vanidoso que registra el paso del tiempo, Casandra victoriosa que declama el deterioro y el nacimiento de la vida, lazo que nos conecta con la sucesión temporal, notario acucioso que registra el sinfín de acontecimientos cotidianos, sendero obligado que nos conduce a la muerte. Reloj y tiempo, vendavales que arrasan sin piedad nuestras obras y nuestros sueños.

Hasta hace algunos años, el reloj, en versión cara o barata, formaba parte imprescindible del ajuar de todos los días. Hoy, el celular cumple con el objetivo de mostrar la hora, por lo que asumo que el reloj desaparecerá o añadirá otras funciones. Y en formato antiguo o nuevo, siempre vigentes los versos de Jorge Manrique : nuestras vidas son los ríos/que van a dar en la mar/ que es el morir.




1 comentario:

  1. A lo largo de la vida uno conoce a un gran número de personas, muchas de las cuales llegan y se van. A pesar de ello, creo que cada persona que uno conoce es una ventana abierta a un universo desconocido.

    El anterior preámbulo obedece a que en algún momento de mi vida conocí a un estudiante de filosofía, de quien nunca volví a saber nada, pero que aún recuerdo por una frase que solía decir: "mis ataduras no son de tiempo".

    Es curioso que todo el tiempo la gente consulte la hora, bien sea cuando van al trabajo apresurados, o bien cuando están pasando una velada agradable en compañía de sus amigos, lo que me hace pensar que, en efecto, las personas viven atadas al tiempo. Yo coincido con el estudiante de filosofía de mis recuerdos respecto a que mis ataduras no son de tiempo, pues casi nunca estoy interesada en saber la hora o la fecha, razón por la que nunca llevo cuentas exactas de cuándo ocurren las cosas. Esta apatía en relación con el tiempo me concede una cierta libertad que disfruto mucho, pues muchas veces dejo que sea mi propio ritmo interior el que oriente cuánto tiempo me ocupo en una determinada actividad, pero también me ha valido ganarme fama de impuntual. Naturalmente, en el trabajo no puedo esgrimir el argumento de que “mis ataduras no son de tiempo” para no llegar a la hora establecida, así que últimamente he tenido que renunciar a mi “libertad”, prueba de ello es que ahora un reloj pende de mi muñeca.

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