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martes, 1 de junio de 2010


NOSTALGIA





Caminar por la Jiménez significa traicionar el recuerdo de una época más hermosa, menos colorida y más digna, sin la presencia ofensiva de tantos negros y negras posesionados de los semáforos, de indios malolientes con sus trapos ridículos, de paisas detestables que creen sabérselas todas, en fin, tantos no bogotanos sintiéndose dueños de una ciudad que no es la de ellos, la mierda, qué tan falso es aquello de que convivir significa tener que aceptar grupos a los que les falta el estilo, la clase que sólo los bogotanos-los verdaderos- sabían-saben- imprimirle a la vida. El viejo se detuvo, molesto, a contemplar a un grupo de músicos que interpretaban un ritmo del Pacífico. Ni más faltaba, la Costa en Bogotá, como si no fuera suficiente con todos los negros que se han apoderado de la Candelaria.

Al llegar a la cuarta con Jiménez, el viejo se detuvo en la Librería Lerner. Observó con cariño los libros, entró y tocó con delicadeza algunos de ellos, abrió uno de historia de Colombia y escribió con letra cursiva: Heliodoro Téllez Rubiano, a mucha honra. Puso el libro en el estante y salió hacia la tercera. Al llegar a la estación de Transmilenio, compró un tiquete y se acomodó en el bus que se dirigía al portal del Norte. Con delicadeza se quitó un zapato y extrajo de la media una granada. Sus vecinos de asiento retrocedieron asustados. El viejo sonrió. –No hay nada qué temer. Es de juguete-. Con desconfianza, las personas volvieron a sus sitios.

Cuando el bus tomó la Caracas, rumbo al Norte, el viejo empezó a cantar. –Acompáñenme-dijo. Algunos se rieron abiertamente, otros prefirieron mirar a otros lugares. –Como en los viejos tiempos-. Cuando terminó de cantar, el viejo se levantó e hizo una reverencia a los pasajeros. Uno de ellos gritó-bravo!- y los demás aplaudieron. Una explosión de risas inundó el bus y algunos abuchearon al viejo. Este sonrió y se sentó nuevamente. Dormitó un rato y luego sacó del bolsillo del saco una foto de un tranvía que circulaba por la séptima.-Eran lindos- dijo el viejo. Y le entregó la foto a una mujer que viajaba a su lado. –Muy linda. Comentó con displicencia. Y le devolvió la foto.
Al llegar al paradero de la 57, el viejo se arrodilló y empezó a rezar. Luego se levantó y gritó con todas sus fuerzas. –Por la Bogotá verdadera-, y arrancó el seguro de la granada. Gritos, empujones, caídas se sucedieron en una breve fracción de tiempo. Un ligero estallido dio paso a una pequeña bandera en la parte superior de la granada en la que se leía: HELIDORO TÉLLEZ RUBIANO AMA A BOGOTÁ.

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