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sábado, 16 de enero de 2010


EL TIEMPO DEL DESEO

Edward, el personaje de Chesil Beach, la novela de Ian McEwan, se debate entre el deseo constante por Florence y los tiempos muertos, aquellos que se llenan con las sutilezas de la palabra, los silencios, el rechazo y la esperanza. La historia plasma el ciclo constante de la pasión, abrumada por el peso enorme de la cotidianidad, las costumbres sociales, la interacción dispareja, la que hace que las respuestas de cada uno de los amantes produzca una convivencia conflictiva.

En el juego de la seducción está presente de cuerpo entero el sufrimiento, la espera a ratos infinita. El deseo se manifiesta espontáneo-no importa cuan domesticado pueda estar- y se manifiesta de manera torpe, como simulación. Palabras que expresan lo contrario, actitudes, gestos que pretenden ocultar el deseo, y la vorágine interna que pide a gritos su liberación. Tantas sutilezas que esconden lo único cierto: la realización erótica, la puesta en escena de los cuerpos que se desean.

Imaginamos los hombres un mundo en el que la plasmación del deseo sea un tramo breve, sencillo, sin retóricas ni afeites. Y la realidad de los encuentros nos recuerda lo difícil que es conciliar nuestros deseos con la vasta y compleja trama de la vida. Tal vez, en lo más íntimo de nuestro ser, soñamos con una realidad virtual que nos conceda al instante lo que queremos. Tal vez, sean el alcohol, la droga, los caminos expeditos que usamos para encontrar nuestro mayor deseo: el sexo.













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