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domingo, 17 de febrero de 2013



PROHIBIDO PROHIBIR

Escondida entre las cobijas,con la linterna en una mano, Alejandra leía todas las noches  Cien años de soledad. Cada vez que oía un ruido apagaba la linterna y fingía que dormía. No era para menos; su padre, don Miguel, le había prohibido leer a García Márquez. Creía él que estas obras eran vulgares y poco edificantes.

La costumbre de prohibir libros ha sido una constante humana. Los libros de Henry Miller fueron prohibidos en Estados Unidos. La iglesia católica elaboraba un catálogo de obras prohibidas. Los nazis arrojaron miles de libros a la hoguera. El amor en los tiempos del cólera desató la furia de un académico,Cristopher Bantick,  en Australia, según nos cuenta Melissa Serrato en El Tiempo del domingo 22 de enero: "Este libro es ofensivo porque  dice repetidamente que "tirarse"-sí, es una fea palabra- a un niño es excusable en nombre del arte. Y añade que la relación de Florentino Ariza con América Vicuña "promueve la carnalidad, excusa el contacto sexual ilegal con menores" , y tiene el agravante de que ella se suicida cuando él la abandona".




Hace poco se supo que un libro sobre la vida de un cacao colombiano había sido recogido de las librerías, y en el colmo del paroxismo, Pablo Escobar ordenó que se retiraran de los puestos de venta las ediciones de El Espectador, por lo que el periódico dejó de venderse en la capital antioqueña durante mucho tiempo.

Asumen los censores que la palabra escrita posee el don de la crítica y la irreverencia, por lo que se justifica su prohibición.  La Juntas militares argentinas disfrutaron de la quema de libros e igual sucedió en Chile, durante la dictadura de Pinochet. Esa fuerza real  o ficticia del texto escrito ha influenciado la vida de millones de seres humanos a lo largo de la historia. La Biblia y El Corán son modelos de vida que señalan el camino recto de cristianos y musulmanes.


Existe otra censura, más fina y perversa: el desinterés por la lectura de textos que van un poco más allá de las veleidades de la farándula, las crónicas rojas y la insulsez de los mensajes de las redes sociales. En Colombia, el tiraje de un libro no supera los 5000 ejemplares. Obras esenciales para la comprensión de la violencia paramilitar y guerrillera languidecen en los estantes de librerías y bibliotecas.

La ausencia de reflexión y conocimiento de las dinámicas sociales y económicas favorecen la manipulación de las conciencias y permiten el control social. El ejemplo mas doloroso: la aceptación pasiva de la violencia paramilitar que permitió el dominio y control de las comunidades del país y la aterradora indiferencia de la sociedad colombiana para visibilizar y reparar a los cientos  de miles de víctimas del conflicto armado en nuestro país.

Los censores desean poseer los recursos de  la magia y poder así  desaparecer de un plumazo aquello que les ofende. Y como se intuye lo difícil que es desterrar de las conciencias lo prohibido, esta va  casi siempre  acompañada  de un garrotazo.

A pesar de la andanada posmoderna contra la razón, sólo contamos los seres humanos con ella para desentrañar lo que de otra manera se acepta por la fe, la imposición, el castigo. El turco Nasif, enamorado de Gabriela, quiso "aconductarla", convertirla en una señora bien, despojarla  de la carga de sensualidad que bullía en su cuerpo esplendoroso. Tarea imposible, afortunadamente.


Agazapado en lo más recóndito de nuestro cerebro habita el deseo de prohibir, al lado del afán por ejercer la violencia. La solidaridad y la amplitud de miras conviven con aquellas, como el personaje de La vida de Pi*, que comparte un bote con un tigre de Bengala, en medio  del mar.

* (La novela, escrita por Yan Martel, se llevó al cine y en Colombia se ha proyectado con el título de Una Aventura extraordinaria. Recomiendo la película y el libro).



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