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sábado, 13 de octubre de 2012



POR LAS LOMAS DE SANTA HELENA
A don Luis Alfonso Espinosa

Es una tarde hermosa, arriba en Santa Helena. Miro sorprendido la exuberancia y el verdor que me rodean. Allá en una pequeña finca-una cuadra- me dejo llevar por el ruido generoso de la quebrada que atraviesa la vereda. A lo lejos, en el valle, Medellín. Y a mi lado, un grupo de jóvenes.


Él es antropólogo; ella, historiadora. Ambos, egresados de la universidad de Antioquia. Han decidido cultivar el terreno que el padre del chico les ha ofrecido. Y lo hacen con el empeño y el criterio que sólo es posible encontrar en los jóvenes: cero químicos, respeto por los bosques nativos, compenetración con el medio. Han sembrado árboles, vegetales, legumbres, frutas. Asisten a cursos en la universidad, reparten hojas de vida en muchos lugares y ven  poca televisión. Erika es la ternura andante. Sonríe, juega, invita, ofrece, siembra, asea. Igual, Daniel.


Johan y Mónica, tan cercanos a mí, son hermanos y médicos.  De ellos admiro su generosidad y el gusto por el trabajo. Su pasión por el buceo y el amor por sus padres. Johan, que estudia como loco, saca raticos para leer. Hablamos de Muriel Barbery y su novela, "la elegancia del erizo". En tiempos de pragmatismo, ellos les brindan a sus pacientes-ahora se llaman clientes- la atención simple y elemental que demandan los seres humanos: comprensión, respeto y dedicación.

Leonardo,Leo,  amigo, no cambias. Eres el colmo de la irreverencia, me encanta tu manera de irrespetar las convenciones. Te fuiste cuatro años a España e imagino las locuras que hiciste por esas tierras. No te deslumbras por la plata. Eres un cultor del valor de uso de las cosas, de la prevalencia del afecto y del amor por la aventura. Eterno viajero sin prisas.



Hace un poco de frío. La taza de café humeante nos reconforta. Observo con curiosidad las pintas de los chicos, variadas y muy acordes  con el estilo de cada uno: cabellos largos o al rape, bluyines, gorras, camisa de cuadros. Un siete cueros florecido parece unirse al desfile espontáneo de sonrisas, gestos y bromas que brotan alegres.

La sala de la casa exhibe una pintura inconclusa de una asamblea en la U de Antioquia. El Ché y Mao  Tze Dong vigilan implacables a los jóvenes que se aglomeran y levantan sus puños. Me cuentan que el pintor -un joven universitario-falleció recientemente. El tema del medio ambiente es una constante y me fascina escuchar planteamientos que a ratos me estremecen. Lo valioso es que estos chicos son sinceros y no están esclavizados por el consumo.

La brisa fría invade la casa y el corredor. Ya cae el sol y aparecen las primeras sombras nocturnas. El entusiasmo no decae. Desde mi puesto, me regocijo con el privilegio de contar con amigos jóvenes, tan críticos y espontáneos. Pienso en la riqueza que comporta la rebeldía fundamentada, la creatividad sin límites de estos chicos. Artistas de la cotidianidad, artesanos de la vida.


Se encienden las luces de las casas vecinas. Medellín es un cocuyo que titila a lo lejos. De regreso, pienso en el valor inestimable que representan jóvenes con ideas y espíritu abiertos, alertas ante los cantos de sirena del consumo, con experiencias de vida que nos devuelven la confianza en la humanidad.






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