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jueves, 22 de marzo de 2012






LA LLUVIA Y LA CAMPANA

Vuelven las lluvias a Guaduas y de nuevo los tejados nos interpretan su sinfonía mojada. Caen las gotas y el clima se torna frío. En las noches, las calles se despueblan y nos recogemos en nuestras casas y echamos un vistazo a techos y paredes en busca de las infaltables goteras.

Ver llover entraña sufrir una transformación especial en nuestras vidas.La lluvia, ruidosa, tiende a motivarnos a pensar hacia adentro. Una calma suave nos transporta a estados primigenios en los que mujeres y hombres nos conectamos con la tierra, y los olores y sabores adquieren matices de mundo recién descubierto.

Llueve. Nuestros pensamientos se despojan del frenesí y recorren la intimidad que habita escondida en algún recodo de nuestro cerebro. La habitación se transforma en cueva primitiva y experimentamos la sensación de fragilidad y de catástrofe, como imagino debieron experimentarla los seres primitivos que al amparo de sus refugios precarios vigilaban anhelantes el paso de las horas.

La lluvia pertinaz es el campanazo que nos recuerda, como la campana del monasterio de Gion, "la caducidad de todas las cosas.En el color siempre cambiante del arbusto de shara se recuerda la ley terrenal de que toda la gloria encuentra su fin.Como el sueño de una noche de primavera, así de fugaz es el poder del orgullosos.Como el polvo que dispersa el viento, así los fuertes desaparecen de la faz de la tierra"(Heike Monogatari).

Alguien se queja en la noche. El frío de la lluvia desata los males del cuerpo. En la madrugada, esa vieja lesión reclama nuestra atención, la tos se rebela y grita. Unos gatos buscan refugio en algún rincón de la casa. Se oyen voces lejanas. En la penumbra, juegan los fantasmas.

"Esta tarde vi llover/vi gente correr/ y no estabas tú", canta Armando Manzanero. Expresión tan bella para definir la ausencia del ser amado. Poema de la ausencia, nota triste que se escucha en la vastedad de la ciudad. Cualquier alero es manto protector.Sin ella.

Tal vez el efecto más duradero que nos produce la lluvia se llama resiliencia. La capacidad para comprender que la hoja mecida por la corriente del agua resiste sus embates. La lluvia es como el aguijón que nos enseña la brevedad de la existencia y la fortaleza que nos permite amar las cosas que nos rodean.

Miro las gotas que caen de las hojas. Puras, transparentes, como el hecho de existir y amar y buscarle sentido a lo que hacemos. Y descubro una luz ligera, que asoma tímida en un pedacito de cielo.


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