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viernes, 12 de agosto de 2011



EL TREN DE LA MUERTE

Emigrar ha sido una constante a lo largo de la historia de la humanidad. Se viaja en busca de la tierra prometida. Se abandona el terruño en procura de mejores condiciones de vida. Se huye de un lugar por temor a ser asesinado. El Oeste norteamericano representó el sueño de miles de colonizadores en busca de tierras y mejores condiciones de vida, a costa del exterminio de la población indígena. En el siglo XXI, la inmigración aparece como uno de los fenómenos sociales que determina el rumbo de políticas globales, casi siempre en contra de los que anhelan oportunidades mejores de vida.

Un tren que parte de Arriaga, Chiapas, en el sur de México, serpentea a lo largo de la geografía mexicana hasta las poblaciones del norte , en la frontera con los Estados Unidos. En su recorrido, decenas de nicaraguenses, guatemaltecos, salvadoreños, hondureños y mexicanos pobres saltan al tren en movimiento. Por lo general, varias personas caen y son arrolladas o mutiladas por la máquina. A lo largo del recorrido sufren asaltos, robos, violaciones. Como viajan encima de las máquinas, soportan malos climas, hambre, sed, elctrocutaciones. Se le conoce como "el tren de la muerte".

En promedio, cerca de 100 guatemaltecos intentan cruzar la frontera de Mèxico y Estados Unidos diariamente. Como existen puestos de control, los pasajeros ilegales deben evadirlos. Los Coyotes -narcotraficantes, principalmente de la banda de los Zetas-cobran entre 2000 a 3000 dólares para ayudarlos a pasar la frontera. La mayoría de las veces los abandonan en el desierto. Las mujeres son violadas y algunas son secuestradas y vendidas a delincuentes que las obligan a ejercer la prostitución.

A pesar de los peligros, miles de centroamericanos toman el riesgo y abordan el tren que los llevará a la frontera. Impelidos por la pobreza, se arriesgan una y otra vez. Algunos logran su cometido. Trabajan en condiciones deplorables, con horarios laborales que superan las 10 horas diarias. Viven el acoso de los policías,la explotación de los patrones. Y envían a sus países de origen los dólares que les permiten a sus familias sobrevivir. Aquellos que no logran cruzar la frontera, son deportados. Al regresar a sus países, se llenan de coraje e intentan ingresar de nuevo. Otros son asesinados, mueren de insolación o son víctimas de los delincuentes. El desierto es un camposanto en el que reposan los restos de seres humanos cuyo único delito es desear un mejor nivel de vida para sus familias.

Los gobiernos centroamericanos han sido indiferentes a esta situación. Saben que las remesas enviadas por los trabajadores ilegales constituyen la primera fuente de divisas para sus países. Los Estados Unidos han logrado convertir la inmigración ilegal en delito, elevándola al rango de tema de seguridad nacional y obligando a México a invertir recursos en políticas represivas bajo el concepto de lucha contra el narcotráfico.

Cuando el tren de la muerte avanza en su recorrido hacia la frontera, un grupo de mujeres de La Patrona, Veracruz, arrojan comida a los pasajeros. Saben que sin esa ayuda, los viajeros sufrirán de hambre e incluso morirán en su intento por alcanzar el sueño americano, que para la inmensa mayoría se convierte en la más aterradora pesadilla.

Cuando el inmigrante viaja hacia la frontera, lleva en lo más profundo del corazón a su gente. Esa memoria es el antídoto contra los avatares del camino. Atrás ha dejado lo que más ama. Un hilo tenue e invencible mantiene su fe. En su boca, el sabor del pepián, los fríjoles pintos y el kaq'ib. Y la foto de su familia, guardada en su cartera, la que mirará tantas veces bajo cielos hostiles, savia que alimenta la esperanza de regresar un día.


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