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domingo, 30 de enero de 2011



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MOMENTOS

Hay momentos esplendorosos en nuestras vidas, retazos de tiempo que parecieran congelar el paso inevitable de las horas. Aquella mujer que lee con fervor la carta de su esposo, quien ha debido buscar trabajo en otras tierras; el instante en que un pájaro cruza frente a nuestros ojos, exhibiendo su plumaje colorido; el paso presuroso de una mujer que nos roba la calma y que luego desaparece entre la muchedumbre; el encuentro amoroso, apasionado; una conversación que nos arranca de lo cotidiano y nos permite vibrar por un momento con palabras que congelan el tiempo y nos trasladan a paraísos ignotos; un libro que por el tiempo de su lectura nos convierte en otros mejores, distintos; La canción que al escucharse despierta tiernos pensamientos, ocultas tristezas; la contemplación arrobada de un paisaje. Esos momentos con sabor a eternidad nos embelesan y ensimisman, nos alejan del ritmo cotidiano, monocorde de nuestras vidas.

Antonio Muñoz Molina describe uno en Babelia, al visitar una exposición denominada "
The diary:three centuries of private lives" en el Morgan Library Museum de Nueva York:

A la luz de una vela Charlotte Bronte escribe con una letra minúscula en una hoja no mayor que la palma de una mano, una noche de tormenta, y para aprovechar más el papel la letra se va haciendo más diminuta todavía a medida que escribe y llena hasta el filo mismo de la hoja. Es noche cerrada, aunque sólo son las siete. Quizás ve su reflejo en el cristal de la ventana que sacude el viento. Es febrero de 1836, Bronte tiene 19 años y ha empezado a trabajar como maestra en un colegio que es un caserón helado en medio del páramo. Está agotada después de una jornada de trabajo de doce horas, entre gente ajena y hostil, que le despierta una añoranza infinita de su casa familiar y de sus padres y hermanos. Los ragos de la escritura son veloces y quebrados: casi podríamos escuchar el roce continuo y entrecortado de la punta de la pluma, que moja de vez en cuando en el tintero. El acto de escribir le parece "un refugio que nadie conoce en esta casa salvo yo misma". El cuarto, la luz de la vela, la soledad, la escritura le hacen sentirse en un arca que flota sobre las aguas de un mundo tan ajeno a ella como si se lo hubiera anegado un dilivio universal. Describe Molina Muñoz "...momentos en el tiempo, fechas exactas recién escritas al comienzo de páginas tadavía en blanco, incisiones de vida igual que una pisada en la superficie de la luna".

Al comenzar este texto, mencioné a una mujer. Yo la conocí. Su marido viajó a Nueva York a trabajar. Cada mes llegaba una carta.Ella se encerraba en su cuarto y durante horas leía y releía la misiva. Al salir, su rostro iluminado, acompañado de una sonrisa, era un sol mañanero, suave, que alegraba a todos sus vecinos. De alguna manera, todos esperábamos esa carta. Y esas palabras atrapadas en la hoja producían un milagro: la renovación del amor, la esperanza del retorno.


Carlos Rubio, en la introducción al Heike Monogatari, edición de Gredos, escribe: " En pleno dominio de los motivos estéticos hay que mencionar el de mono no aware. Este término da el color característico a la literatura de la época Heian (fines del VIII-fines del XII), en cuyos comienzos aware pudo ser una exclamación de júbilo o de otro sentimiento intenso, pero más tarde vino a significar sentimientos más tristes, teñidos frecuentemente de impotencia o tragedia. La melancolía despertada por la infidelidad del amante o la dureza del destino, acentuada por la contemplación de unas flores o de la luna son ejemplos de esta lacrimae rerum de la literatura japonesa. Según una idea de curso corriente en la época Heian, hay seis situaciones típicas en las que se puede experimentar esa sensación de aware: al observar la simplicidad de una casita o un pueblo, al escuchar la grave recitación de un sutra budista, al presenciar la tonsura de una joven que ha experimentado profundamente el aware, al sentir la suave caída de la lluvia en el otoño u otro fenómeno natural indicando que el año se va a acabar, al percibir un sentimiento igual que el sentido por gentes del pasado, y al sentir peocupación por la futura felicidad de los hijos".

Y esos momentos se vuelven recuerdos, ligera pintura que se adhiere a las capas sucesivas que nuestra vida recrea. Lo dice Idea Villarino, la poeta uruguaya, en su poema "el amor":

Hoy el único rastro es un pañuelo /que alguien guarda olvidado/ un pañuelo con sangre semen lágrimas/ que se ha vuelto amarillo


Alguna vez vi a una mujer llorando de amor, adolorida. Recordé los versos de Paloma negra: YA ME CANSO DE LLORAR/Y NO AMANECE/YO NO SÉ SI MALDECIRTE/ O POR TI REZAR...

Las lágrimas se secaron y el tiempo, insaciable, se tragó esa pena. Igual que el álbum de fotos, hoy pálido y ajado. ¿Adónde fueron los suspiros, los requiebros? ¿Dónde la dulzura de unos labios rojos de pasión? ¿Qué quedó de aquellos gestos y palabras emotivas?

Vivimos aprisionados por nuestro esfuerzo en conservar y mantener los momentos que nos parecen irrepetibles y la levedad de la vida, tan indiferente, tan pasajera. Tan bandida, que dan ganas de decir, como en LA MARTINIANA: mi niña, cuando yo muera/no llores sobre mi tumba/ cántame un lindo son, ay mamá/no me llores, no, no me llores, no/ porque si lloras yo peno/en cambio si tú me cantas/ yo siempre vivo y nunca muero/

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