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domingo, 1 de agosto de 2010









LOS JARDINES


Después de las seis de la tarde, el galán de media noche exhala su perfume. Es un olor delicado, breve. El olor se esparce por todos los rincones de la casa y flota en el ambiente una sensación de regocijo ligero. Luego, desaparece. Y al cabo del rato, otra vez su perfume.Me acerco a las ramas y admiro la profusión de flores, tan sencillas, tan ajenas a la exuberancia de las otras flores.

Cerca del galán, se encuentra la palma de Iraca. Me dice Alejandra que cuando ella y su familia se trasladaron a esta casa, ya la palma estaba ahí. Siempre verde, extiende al cielo sus hojas protectoras. Sus tallos delgados se alargan y tapan los rayos de sol que buscan colarse por entre los pequeños resquicios. Poco amiga de la humedad, soporta jornadas prolongadas de calor.

Como el patio es pequeño, hemos acudido a las materas. Anturios y novios despliegan sus colores, tan vívidos, tan alegres. Flores que no cesan de ofrecernos sus deliciosas formas: el anturio, gusano que camina sobre una alfombra roja; el novio, llamarada gozosa de rojos y rosados.También están las pequeñas alondras, flores lila que semejan los vestidos coloridos de Alejandra.

Unas flores que cautivan son los. cayenos: Está la de flores amarillas, con pequeñas pintas rojas en sus pétalos, y la granate . Cada mañana, cuando me levanto, las miro y me sorprende la presencia constante de sus brotes. Miro los capullos un día y al siguiente, una serie de enormes y vanidosas flores, cual estandarte de una procesión.

Pequeño, discreto, se encuentra el marañón. Cuando me lo regalaron, venía enfermo. Sus hojas mostraban las heridas propinadas por un cuerpo extraño. Pintas cafés en sus hojas de un verde deslucido. Con paciencia, logramos su recuperación. Y una vez al año, nos regala una cosecha abundante de sus frutos, que comemos con deleite y devoción.

Y en la mitad, el rojo. Lo planté en el año de 1987 y no le auguré prosperidad. Al comienzo, parecía que se iba a extinguir. Luego, comenzaron a brotar las flores rojas de sus hojas blancas, con pintas verdes. Ahora reina por sobre todas las plantas y amenaza con invadir el techo de la casa.

Clavellinas, camarones, diosmes, rosas, cecilitas, té, coca. Flores y plantas generosas que pintan los días de colores.

Miro hacia las montañas y se me ocurre que el jardín más bello está afuera, en las montañas que rodean a Guaduas y en el valle donde se asienta el pueblo. Verde de todos los colores como escribió el poeta Aurelio Arturo. Creo compartir la emoción que debió sentir el cantor Leandro Díaz al cantarle a La Lomita:

Después de La Lomita/ se encuentra un arroyuelo
donde la gente dice:/!Qué bello manantial!.
Sus aguas cristalinas como el cielo/me muero sin poderlas olvidar.
Qué linda La Lomita:sus verdes arbolitos/allá llega la brisa que viene de la Sierra
allí suelen volar los pajaritos/comiendo guayabitas piruleras

Yo recuerdo haber leído sobre los jardines japoneses, tan discretos y sencillos, con elementos como el agua, la piedra, la arena y el pasto. Cada elemento simboliza un aspecto de la vida, universo parco cuya riqueza se percibe en la contemplación gozosa de sus formas. La observación del conjunto aspira a brindar el sosiego e invita a la meditación. Miro el jardín de la casa y me parece que es como una feria de pueblo, colorida, intensa y llena de sorpresas. Un chupaflor se deleita con el néctar del rojo, los azulejos picotean un banano y las hormigas se preparan para su próximo asalto. Y me parece que el arco iris de nuestros jardines es prolongación de la parquedad de los otros jardines.

Culpable, el sol. Eterno, agazapado cuando llueve, y listo a saltar con su lienzo dorado. La claridad de los días, la transparencia de la luz, el aire delicado que pasea por todos los rincones invitan a decorar los espacios con color. Y qué mejor que el inventario profuso de flores que asaltan la paleta de colores de la naturaleza. En el trópico, el sosiego, la contención y la previsión carecen de sentido. Una orgía perpetua de luz nos mantiene alejados de la meditación.

No es culpa de las flores la ausencia de reflexión en nuestra cultura. Tal vez la creencia en otra vida, perfecta, sin contradicciones, nos ha alejado de la posibilidad de buscar la eternidad en lo efímero y presente. La imperfección, la culpa, el destino son accidentes en el tránsito hacia la verdadera felicidad, aquella que adquiere su verdadero valor con la muerte. ¿Para qué preocuparnos por asuntos pasajeros que nos distraen de la verdad? Las flores son adornos que celebran la muerte, paso invitable hacia la vida eterna.

Viene a mi memoria un haiku de ONITSURA:

EL RUISEÑOR,
POSADO EN EL CIRUELO
DESDE TAN ANTIGUO.















2 comentarios:

  1. Lic. dago... .Otra vez lo efimero en sus reflexiones.
    Las flores sus colores, sus texturas, sus aromas. Tan de corta vida y tan hermosas tan significativas.
    Me deleitó especialmente el parrafo diez por la descripción, por los elementos.
    Lo sigo leyendo.

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  2. Revisando el Blog me encontré con este texto y fue como encontrar un una piedra preciosa.

    Mientras lo leía pude sentir el olor del galán de media noche, percibí los vívidos colores de las flores y sentí cómo se agita el aire con el rápido aleteo de los colibríes. Lo que más me gustó fue conocer la historia de algunas de las plantas que crecen gozosas en el jardín de la casa de Guaduas y pensé en una planta que se integró recientemente a la sinfonía de colores: Dianita, como la llamamos Diego y yo. Ella también tiene su historia pues para llegar al jardín recorrió un largo camino desde Bogotá, en donde solía acompañar a un hermoso caballero que trabajaba cerca a los cerros.

    Espero que, al igual que las demás plantas del jardín, Dianita crezca y prodigue el espectáculo de sus hojas coloridas a todo aquel que se detenga a mirarla.

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