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miércoles, 18 de agosto de 2010




CEREZOS EN FLOR


Rudie Angermeier reconoce, a la muerte de Trudi, que ha sido egoísta con ella, que los sueños de la mujer a la que amó con intensidad se postergaron por su falta de desprendimiento. Cuando la mujer fallece en el viaje que han hecho al Báltico, la desazón invade su alma. ¿Por qué solemos herir a los seres que amamos? ¿por qué callamos, omitimos palabras y acciones que en su momento pudieron hacer de la relación algo más pleno y bello? Sospecho que estos esguinces afectivos están ahí para que cuando ocurra la pérdida, nuestro ser alcance las cumbres del dolor, y la soledad adquiera el pleno dominio de nuestras vidas, acercándonos al vacío existencial que comporta la pérdida del ser al que se ama.

La película se inicia cuando Trudie recibe de los médicos la noticia de que su esposo sufre una enfermedad terminal. Ella decide callar y viaja con él a Berlín, donde viven sus hijos Klauss-casado, dos hijos- y Karolin- lesbiana, quien vive con su compañera. Pronto descubren que sus hijos se sienten incómodos con ellos y desean que se marchen pronto de sus vidas. Decide entonces la pareja viajar al Báltico. Una noche, la mujer fallece y la tristeza invade a Rudie. Y en ese proceso desolador, siente que ella está allí con él, que no lo ha abandonado. Viaja entonces a Tokio a visitar a su otro hijo,Karl. Este vive en un apartamento pequeño y trabaja buena parte del día. Vemos a Rudie desempacar su maleta y en ella, la ropa de su mujer: el saco azul, la falda oscura, el kimono, la levantadora.

Rudie inicia un viaje de descubrimiento del mundo que Trudie amó a través de su pasión por el BUTOH, danza expresionista japonesa contemporánea. Deseos siempre postergados de acercarse a esta forma artística tan sutil por amor a su marido y a sus hijos. En una escena conmovedora, vemos a Rudie atar su pañuelo a una baranda para tenerlo como punto de referencia y no perderse en esa ciudad enorme, extraña. Así, entra a un bar donde bailan y se exhiben mujeres semidesnudas, recibe la atención de dos mujeres en una sala de masajes y trata de acercarse a su hijo, quien al igual que los otros dos, desea de manera ferviente que su padre se vaya de Tokio.

En una de sus salidas, Rudie descubre a una joven en un parque. Los cerezos están en plena florescencia, y ella, ataviada con un un kimono, danza el butoh, y en sus manos lleva un teléfono, el que acerca a su oído. Rudie entra en contacto con la mujer y ésta le cuenta que de esa manera se comunica con su madre muerta. Y descubre que bajo el abrigo, Rudie viste el saco y la falda de su mujer. A partir de ese momento se inicia una relación especial con Yu-así se llama la joven-, que los llevará hasta cerca del monte Fuji.

El Fuji es caprichoso. Se esconde, no permite que lo vean. hay que tener suerte para poder apreciarlo en su esplendor. Varias veces Yu y Rudie abren la puerta corrediza del hotel donde se alojan y desde donde se divisa la montaña, pero esta permanece oculta. Hasta que un día, en la madrugada, Rudie, quien ha sufrido una recaída, se levanta y al correr la puerta, aparece blanca y soberbia la montaña sagrada. Rudie se viste con el kimono de su mujer-debajo lleva su levantadora - y despliega la coreografía del Butoh, tal como ella le enseñó en una ocasión. Yu se despierta y al descubrir que el hombre no está en la habitación, corre hasta la orilla del mar. Tirado sobre la arena, está Rudie, muerto.

Doris Rier, directora de cine alemana, ha logrado en LOS CEREZOS EN FLOR, contar una historia triste. El carácter efímero de la existencia se expresa por medio de la belleza de los cerezos florecidos. Y las moscas, que sólo viven un día, deben conciliar el placer con la muerte. Y el amor y la existencia humana, flores de cerezo que nos recuerdan la eternidad de los instantes.

La muerte, que ronda la película de comienzo a fin, alcanza la plenitud y la resignación a medida que Rudie se transforma e integra a Trudie. Aquellas gotas de dolor ocasionadas por el capricho de un hombre dejan paso a la asimilación absoluta de los dos seres. Más allá de la vida, permanece el espíritu del ser que se ha ido. Sin la fe en un mundo más allá del presente, el dolor por la pérdida del ser amado, la angustia del fin sin esperanza nos desgarran las entrañas, cual águila que devora a Prometeo. Ella no está más con Rudie y sin embargo, ella le da las alas para la danza final, ella es él.

Hermosas las flores, efímero su destino. Y cada momento una sensación de palpar lo infinito, lo eterno.

Esas imágenes que recorren la película son poemas tristes y alegres que nos animan a sentir la vida con intensidad, a pensar que la belleza es flor de un día y que placer y muerte son las dos caras de la misma moneda.

Vale la pena ver esta película.










3 comentarios:

  1. Cuando vi la película me sentí profundamente conmovida. Pensar en la ausencia definitiva de los seres amados es algo que eriza la piel, aún así, creo que es importante recordar cada día que la muerte está presente y no con el ánimo de llenar de amargura nuestra vida, sino todo lo contrario.

    Clarissa Pinkola, en su libro "Mujeres que corren con los lobos" habla acerca de la importancia de reconocer los ciclos de vida/muerte/vida, porque sólo a través de ése reconocimiento es posible comprender su indisolubilidad. Desde mi punto de vista, cuando Trudi muere, se genera vida en Rudi, quien era un hombre más o menos insensible, pero el camino que emprende cuando su esposa muere le permite descubrir no sólo quién era realmente ella, sino también quién era el mismo.

    Creo que al tener de presente la muerte, la vida se convierte en una celebración que no sólo podemos compartir con quienes más amamos, sino incluso con los desconocidos que cruzan nuestra mirada.

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  3. Me encanta esta reflexión, sobre todo la última parte. Si uno hace que la vida sea una celebración para los demás, es decir, que la vida sea agradable, entonces eso es un regalo para uno mismo.

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