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sábado, 9 de octubre de 2021

 


COTIDIANIDAD Y ASOMBRO

Escribe  Alejandro Gaviria en su libro "En Defensa del Humanismo":

No todos los días son iguales. Muchos pasan de largo sin dejar rastro. Van acumulándose en esa tumba sin nombre que es el olvido. La mayoría de nuestros día están perdidos para siempre. Es como si hubiéramos estado muertos, dice el poeta.

Otros días, sin embargo, unos pocos , los recordamos por siempre.  Quedan impresos en el libro cambiante, caprichoso e impreciso que es la memoria humana. Esos pocos días(frágiles conexiones en el universo insondable que es nuestro cerebro) nos definen. Son parte de nosotros. Estamos, casi sobra decirlo, hechos de recuerdos. Alejandro Gaviria, en defensa del humanismo).



Comparto esta idea. Y me pregunto: en mi caso, ¿Cuáles son algunos de esos días especiales e inolvidables? 

Viajaba, de niño, a Medellín en bus, por la vía a Sonsón. Un viaje agotador, con derrumbes y largas esperas. Después de una jornada de quince horas, el bus remonta una subida larga y corona la loma. Ya está cerca  Medellín. Al finalizar el plan y comenzar a descender, un mar de luces a nuestros pies. Luces amarillas extendidas en lomas y valle, cocuyos alegres que brindan la sensación de calma. Un niño observa maravillado ese regalo visual que aviva la corta memoria y excita los sentidos.

Son las dos de la tarde. Nos hemos citado con nuestros amigos para ir a bañarnos a la Moya. Por el camino abundante en árboles corremos, bromeamos. Al fin llegamos al pozo. La corriente verde forma un charco provocativo. El sonido de la corriente, las aves cantarinas y una brisa suave que alivia el calor de tarde. 


Primero fue el libro.  El templo del Pabellón Dorado, de Yukio Mishima.- Un monje, cansado del acoso de sus compañeros, decide quemar un templo. Es su venganza-. Luego, estar frente al templo, contemplando la belleza del edificio barnizado de oro, junto a un lago y circundado por un bosque espeso.  Allí, se dice, reposan los huesos de Buda. Es otoño y los árboles se reflejan en el agua. Silencio y asombro.

Tarde de encuentro con los amigos. El sol, el calor y la cerveza fría para el comienzo. Huele a viandas exquisitas y las risas añaden ambiente de fiesta. Bromas, relatos y el espíritu del aire fresco. La música acelera el pulso, despide ráfagas de emoción y le pone un acento superlativo al encuentro.

 Charla con mis estudiantes de once sobre Antígona. Una voz delicada se eleva como una cometa. Para la chica, Antígona es la voz de los vencidos. Se arma la discusión y la clase se prolonga mas allá del toque de la campana. Una voz capaz de avivar el fuego, de poner en situación una historia que data de hace mas de veinticinco siglos.  Unos jóvenes recogen el eco de una historia nacida en un contexto lejano, lo convierten en su voz y dan salida a sus dudas, certezas  y esperanzas.

Sucede casi todos los días. Sales a la calle por cualquier motivo. Alguien te pregunta una dirección, un dato. Le respondes amablemente. Te ofreces a acompañarlo. Así se inicia una conversación que adquiere tonalidades de relato mágico. Otro día, sales a la calle y te encuentras con un grupo de niños que juegan.  O te deslumbras ante el paso de esa mujer hermosa que parece un rayo del sol. 

Un amigo te comparte una alegría: será mamá, papá, ha conseguido un trabajo, ha comprado un lote, pisado un buen negocio, logrado conquistar a esa  o ese al que se ha esperado tanto tiempo.

Ante la imponencia del paisaje, el silencio. 

Las mejores preguntas nacen del asombro ante la noche de luna y estrellas.

Ha fallecido alguien cercano. Ayer, antier, conversaste con ella, con él. Su muerte te recuerda que somos mortales y nos invade la duda,  un temor reverencial ante la pelona y la tristeza por el que se ha ido.


Abres un libro y a medida que lees experimentas una tormenta interior, una especie de huracán que arranca tus seguridades y te ofrece una visión nueva. 

Esa película que te hace moverte inquieto en la silla, el espectáculo teatral o de danza, la conferencia en la que las palabras desalojan la apatía inicial.

Descubrir cada día la magia latente que bulle en la cotidianidad, dejarse llevar por el cauce subterráneo de las voces, los gestos, los silencios y la siempre provocativa llamada del paisaje.


 

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