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sábado, 16 de septiembre de 2017


DE TENIS Y BLUYINES

Es sábado de sol y brisa juguetona, hay aire de fiesta. El día promete aventuras deliciosas y una melodía revolotea sobre  nuestras cabezas. Abrir el armario y sacar el bluyín, ponerse los tenis y dirigir la vista hacia el horizonte, el ritual del fin de semana.

De todas las prendas, es el bluyín el que logra los mayores consensos. Pálido, oscuro, claro, roído o recién desempacado, siempre va bien. El bluyín es la piel festiva, el abrigo que no incomoda. Los tenis nos ofrecen la posibilidad de pisar las nubes sin volar.


Nada mas atractivo  que una mujer en bluyines y tenis. Hay sensaciòn de juego, concupiscencia ligera. El bluyìn simboliza el nexo inseparable del ser humano con la tierra. Segunda piel.

Vestir el bluyìn, calzar los tenis y disponerse a la eterna tentaciòn de un encuentro, a la magia de la reuniòn con amigos, a la rutina del trabajo.  Uniforme incluyente, homogeneidad gozosa.


El señor Levis Straus convirtiò la lona de las carpas en overoles de trabajo. Jacob Davis reforzò algunas partes del overol con remaches de cobre. Juntos patentaron su idea, y un 20 de mayo de 1873 naciò el bluyìn. De ropa de trabajo para mineros, el bluyìn  fue ganando la aceptaciòn de muchas personas hasta que en los años 50 se transformò en una prenda para todas las edades. Es decir, que convirtiò, cual rey Midas,  la lona en oro.

Yo, que de elegante tengo muy poco, les rindo homenaje sincero al bluyìn y a los tenis, los que me han acompañado durante tantos años, y con los cuales he pasado momentos gloriosos, al punto de cantar: bluyines, oh bluyines tan divinos, no queda otro camino que adorarlos. Y caminarlos, con unos buenos tenis.


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