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domingo, 18 de noviembre de 2012




EL CUERPO ES UN CENTRO COMERCIAL

Mujeres africanas, mayestéticas, robustas, que mueven sus  traseros lujuriosos en una discoteca. Se arrojan al piso y agitan esas masas redondas de forma insinuante. Jovencitas delgadísimas conversan en la barra de un bar en alguna ciudad de Estados Unidos. Tetas artificiales para deleite de hombres brutales en Medellín. Hombres de cuerpos estilizados cuyas formas niegan al macho de otros tiempos. El cuerpo, esa obra de arte.


El cuerpo ha dejado de considerarse una dotación natural y es visto contemporáneamente como un objeto modificable, algo que se ajusta a las demandas sociales y culturales , extensión del consumo, gadget que se actualiza de acuerdo con las tendencias de la moda y las nuevas maneras de ser contemporáneas.


"Tu cuerpo no es un templo, es un parque de diversiones", escribió Anthony Bourdain. Cada parte de él se transforma por obra y gracia de piercings, injertos que se convierten en protuberancias para parecer un demonio, tatuajes que son galerías en las que se exhiben fidelidades, gustos, creencias: un cuerpo pictórico, una representación sobre la piel. De los azotes de los fieles del Opus Dei en sus carnes para apaciguar la tentación se ha pasado al estoicismo de las agujas que  plasman imágenes de animales fabulosos, seres misteriosos, dioses, frases fundamentalistas.

Formar parte de una tribu, acoger los símbolos que le dan sentido, excluir a las otras tribus, integrarse globalmente y llevar puestas las indumentarias que las  uniforman son prácticas contemporáneas que han reducido a cenizas la idea de la uniformidad. Se es un ser con reconocimiento en la medida en que se ingresa a una capilla.



Y a la par con la transformación del cuerpo en pantalla multicolor, la vida sexual como una forma de representación y reconocimiento en las redes sociales. El beso adquiere dulzor en la medida que recibe visitas y clicks en "me gusta". Del valor del encuentro físico se ha pasado a la interacción virtual. El verdadero placer habita en la mirada que captura la imagen en la pantalla.

Los místicos del Siglo de Oro español  consideraron el cuerpo como un habitáculo en el que residía Dios, una especie de cárcel de la cual hay que salir para encontrarse con el ser supremo:


Esta divina prisión
del amor con que yo vivo
ha hecho a Dios mi cautivo,
y libre mi corazón;
y causa en mí tal pasión
ver a Dios mi prisionero,
que muero porque no muero.
(Santa Teresa de Ávila)


Del cuerpo concebido como envoltura que alberga el alma, continente cuyo valor radica en lo que contiene, hemos llegado a la concepción del cuerpo como Santo Grial desteologizado, búsqueda incesante de la eterna juventud. Vivimos en presente continuo con cuerpos inmortales. Los bisturíes actúan para desterrar cualquier asomo de vejez: las arrugas son estiradas sin compasión, las tetas caídas derrotan la ley de la gravedad gracias a la silicona, se come no por placer sino para introducir en el cuerpo la cantidad de vitaminas y proteínas suficientes para evitar el envejecimiento.

El consumo es el nuevo Dios contemporáneo.  Las nuevas prédicas morales comportan el mensaje unívoco de que la juventud es el único estado posible del ser humano, el que le permite instalarse con propiedad en un mundo sin manchas, sin arrugas, sin fealdad. 

Voy a recluirme en un monasterio alejado del mundanal ruido para olvidarme de tantas exigencias. Entro a google y ¡horror!, también existen incontables ofertas, desde templos en la India, pasando por visitas a Nepal, Japón, programas todo incluido cuyo objetivo consiste en "reparar" las imperfecciones de la mente, actualizaciones  del alma en cómodas cuotas mensuales. ¡Auxilio!


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