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sábado, 29 de octubre de 2011





LA DUERMEVELA

En la penumbra, cuando la calle sólo recibe el saludo de los pájaros mañaneros que se posan en las cuerdas de la luz, el entresueño nos ubica en una realidad nebulosa, en la que todo es posible y de la cual no deseamos salir. Una sensación cálida invade nuestro cuerpo y las imágenes se suceden sin pausa. Por unos momentos, habitamos un país bizarro del cual nos hacemos ciudadanos somnolientos, y en el cual deseamos morar por siempre. No es la pesadilla.

Curioso estado el que en el que se junta la calidez del sueño con la riqueza del relato onírico. O tal vez, la calidez es el tono apropiado para un estado de beatitud absoluta. Cada imagen se percibe en los labios, recorre delicada la geografía corporal sobre nubes.

El aroma del tinto invade el escenario placentero y desajusta el equilibrio del sueño. Afuera, en el jardín, han llegado los pájaros a reclamar su ración de banano y la habitación se aclara, relegando ese momento sustancial a recuerdo borroso. Escucho a Alejandra que me invita a degustar esa primera taza de café, tan incitante y evocadora como el sueño que se ha marchado.

1 comentario:

  1. Contarse los sueños, mientras se escuchan los pájaros y el sol se va asomando entre las nubes... tomando un café. La mañana justa.
    Saludos Lic. Dago,
    Paola

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