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sábado, 30 de abril de 2011



LOS COLORES DE LA MONTAÑA

Una sensación inevitable sucede cuando en una película muestran paisajes de lugares diferentes de los que habitamos. Cierta correspondencia entre las topografías, un deja vú ante colinas y senderos, riachuelos y vegetación que se nos semejan conocidos. Los paisajes nos extasían, ora porque los sentimos nuestros, ora porque lo nuevos nos dan un contento especial.

Cuando vi LOS COLORES DE LA MONTAÑA, creí presenciar zonas rurales de Guaduas, paisajes entrañables y reconocibles, al punto de asociar ciertos lugares con veredas y caminos de mi pueblo.

Y a medida que transcurría esta historia tan íntima del desarraigo forzado, pensaba que la película poseía cualidades únicas que la hacen una obra de arte en la cinematografía de Colombia. Unos niños de una vereda planean un campeonato de fútbol y el padre de uno de ellos le regala a su hijo, Manuel, un balón de fútbol, pues el que tienen está pinchado y viejo. Cierto día en que juegan un picado, el balón cae en un campo minado. Un cerdo al que arrastra un campesino es alcanzado por la explosión de una mina. Surge así el primer conflicto.

El otro conflicto, el de los adultos, ocurre por la presencia de guerrilla que exige a los campesinos colaborar y asistir a reuniones. El padre de Manuel se niega, por lo que recibe amenazas. ¿Colaborar o no? He ahí el dilema. Hasta que aparece otro grupo armado, que asesina a tres integrantes de una familia, acusándolos de colaborar con la guerrilla. El terror se apodera de los corazones de las familias que habitan la vereda. ¿Quién será el próximo?

La historia, tan recurrente, tan de todos los días, recibe un tratamiento que la hace especial. El director y el guionista evitan asumir un punto de vista beligerante, de denuncia abierta. Los dramas se particularizan en cada persona, en cada familia. El balón en campo minado, la amenaza latente.

Se vive una tragedia universal, la del arraigo de comunidades que construyen sus vidas en condiciones difíciles y el avasallamiento de intereses políticos y económicos. Lo que se construye se destruye por la ambición desmedida y violenta de intereses que despojan a las personas de aquello que han edificado con tanto amor y esfuerzo.

Con un tratamiento cuidadoso, se plasman momentos difíciles: ruidos ajenos en la noche, luces invasoras, ventanas que se cierran y aseguran, el miedo que invade la intimidad de las familias.

El grupo de niños desborda el cliché de los niños buenos. Ellos viven el conflicto a su manera y se mueren por jugar el campeonato, por lo que su preocupación consiste en recuperar el balón.

Personaje especial el de la maestra, que llega allí pues la anterior debió salir por amenazas. Ella quiere que la escuela sea un espacio ajeno al conflicto, y decide cubrir los letreros militantes por un mural pintado por los niños. Además entabla una relación especial con Manuel, a quien le regala una caja de colores.

Película hecha con sensibilidad que trasciende la denuncia y se convierte en poema íntimo de la vida de seres humanos en situaciones extremas de conflicto. Todos los personajes poseen individualidad, no hay prototipos. La historia es un tejido fino que integra las fibras sensibles de los personajes y nos motiva reflexionar sobre la tragedia que se vive en Colombia, desde el sentir de aquellos que construyen su mundo a punta de amor, esperanza y tesón, a pesar de las adversidades.

Los invito a ver LOS COLORES DE LA MONTAÑA, y a compartir sus impresiones sobre la misma

1 comentario:

  1. Vi la pelicula y me pareció impresionante; de una sensibilidad conmovedora.Esta es la realidad que nos negamos a ver en este mundo de ilusiones y de ideales fantásticos.

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