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domingo, 27 de marzo de 2011


VIDA Y RELATOS


Cada vez que veo una película que transcurre en ambientes diversos, por ejemplo, un pequeño poblado en las faldas del Tibet, un bar en la ciudad de Tokio, un pueblito de pescadores en Brasil, experimento una curiosidad muy grande por saber qué cosas conversan esas personas, cuáles son los temas que dan sustento a sus relatos. Igual me sucede cuando me subo a un bus y viajo por algunas regiones de Colombia. Tarde en la noche, mientras los viajeros duermen, me dedico a observar caseríos, pequeños pueblos, viviendas humildes pegadas a las lomas y me pregunto cómo transcurre su día a día, cuáles son los chismes que han dado calor a sus vidas. A veces una casita permanece iluminada y me imagino a sus moradores, sentados en sillas humildes conversando sobre algún asunto. Y veo una tienda solitaria que en la madrugada sirve de refugio a un grupo de borrachitos que conversan delirantes mientras unos perros buscan las últimas sobras de comida.

Suelo, cuando converso con amigos y desconocidos, hacerles preguntas sobre sus historias personales, los lugares donde han vivido, en fin, temas que me permiten comprender cuáles son los asuntos que inquietan y alegran a las personas y estoy atento a los relatos cargados de sorpresas que en cualquier momento surgen de seres anónimos, para quienes la vida es un ejercicio constante de lucha y avatares. Recuerdo a mi mamá Ana Rosa, narrándome las peripecias que debieron sufrir por causa de la violencia que se desató a finales de los años 40 del siglo pasado. Historias en las que el coraje y la paciencia fueron los compañeros inseparables de gentes sometidas a la violencia política. Una viene a mi mente: una tarde, alquien le dijo a mi mamá que esa noche no deberían dormir en sus casas, ni ella ni los vecinos. Alguien, un jefe político, un directorio de algún partido en el poder había decidido escarmentar a los rivales. Y qué mejor que una buena batida contra un grupo de seres indefensos. Esa y otras noches, se fueron al monte a dormir. Y entre el frío y el temor, alguien se soltaba a contar una historia que servía de antídoto contra el miedo.

Hoy es posible ampliar el diálogo a través de la web. Las redes sociales, por ejemplo, han propiciado un tipo de diálogo ligero, en el que además es posible incluir imágenes y texto. No sobra decir que mucho de lo que comentamos es inducido por los medios, interlocutor todopoderoso que nunca se calla.No soy experto en comunicación. Sólo intuyo que esta narrativa no es diferente de la que se realiza cara a cara. Ciertas sutilezas, mayor interés por el reconocimiento social, pero en el fondo, es igual: nuestra vida adquiere sentido en los relatos. Las fuentes narrativas son variadas y van desde los temas que tomamos de la televisión, la radio ,el internet, el periódico y las revistas-telenovelas, noticias, realities, documentales, artistas, chismes,deportes, crónicas, redes sociales- hasta las vivencias cotidianas propias y ajenas.

En el ejercicio del diálogo existen dos senderos: el que intenta aconductar e imponer una visión, una ideología, ratificar una costumbre. Es la forma dominante, la que sanciona y ratifica un orden. El otro, el ideal, cuya finalidad consiste en dejarse llevar por la corriente de las palabras, jardín florido que permite la evocación, la ruptura, el vuelo ágil hacia nuevas fronteras. Nada más grato que el encuentro generoso en el que la palabra circula sin restricciones. No desconozco que toda interacción comunicativa conlleva una intencionalidad oculta, determinada por los intereses de los hablantes. El diálogo es también un ejercicio de poder, que se da desde la alcoba hasta el ágora. Y es la palabra la menos indicada para definir situaciones en las que todo es posible, menos la igualdad entre los participantes.

Hace muchos años-era yo un niño- encontré un día a Florinda, sentada en una butaca, en el patio exuberante de su vivienda humilde, lleno de mangos, naranjas, guamas y otras plantas. Me le acerqué y vi la tristeza en su rostro. No podía entender cómo ella, la flor más bella del jardín, había dejado de lado su alegría. Me abrazó y me contó la razón de su tristeza. Su amor único la había dejado por otra. Sus palabras fueron sortilegio que me descubrió el dolor, en medio de jazmines y dalias. Cada vez que alguien relata una historia desagarrada redescubro la dualidad humana que sólo cuenta con palabras y gestos para hacer visible aquello que circula a torrentes por nuestro cuerpo. Por supuesto, está el silencio. Pero no basta. En el fondo, el asunto es sencillo:la vida es un asunto complicado y las palabras no alcanzan a llenar el vacío, las dudas.

Habitamos los días como extraños.
El ruido de nuestras
voces
,
eco de una batalla olvidada.



Y sin embargo, acudo a ti, palabra, acudo como el sediento a punto de desfallecer, palabra.









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