Buscar en este blog

lunes, 8 de noviembre de 2010





LAS CASAS


A las 6 a.m. colgaba en el totumo su radio de pilas-el transistor-. A esa hora, iniciaba el ritual de todos los días: con una barbera filosa procedía a arrasar su barba espesa, cuidando de no tocar el bigote al cual atribuía su éxito con las mujeres. Terminado el oficio, descolgaba el radio y se entraba a su pieza, para comenzar otro ritual, tan importante como aquel otro:vestirse con su ropa almidonada. Frente a un espejo pequeño, colgado de una puntilla, Miguel se miraba vanidoso. Luego a la calle, donde está el movimiento.

Siempre miré con interés su casa. Los pisos de tierra apisonada- que luego cambió por pisos de cemento-, las paredes de bahareque,el cuadro del Sagrado Corazón de Jesús, uno con tema egipcio, otro el de la pareja de opuestos: el ahorrador y el despilfarrador, el que no supo ahorrar. Sobre una mesa vieja, el infaltable Almanaque Bristol, dos sillas de cuero, raídas y una de ellas sostenidas sus patas con alambre. Las piezas oscuras - una para él, otra para su mamá. En cada una, una cama sencilla. en la de ella, un armario. y al fondo, el patio. Lleno de árboles, flores y matas, con pájaros y mariposas, el infaltable runcho enamorado de las gallinas, los perros sin marca conocida.

Casas como éstas existen en muchos lugares de Colombia, amenazadas por el crecimiento urbanístico y una tendencia a aprovechar los espacios. Nociones como solar y patio comenzaron a formar parte del baúl de los recuerdos . Siempre recuerdo con cariño los palos de mango que arropan las tardes calurosas de muchos lugares perdidos en la geografía de nuestro país. Puerto Bogotá, para citar un caso, es ejemplo de urbanísticas donde es posible encontrar todavía viviendas humildes con patios enormes, llenos de tamarindos, mangos, plantas medicinales como la yerbabuena, la ruda, el limoncillo; y flores hermosas- amenazadas por un río implacable que eroda y se lleva sin remedio las viviendas construidas cerca de sus orillas-.

El crecimiento de la población ha modificado estos estilos de vida, tan paradójicamente ricos a pesar de la pobreza. Las áreas de las viviendas disminuyen y 40 m2 constituyen un espacio normal donde se vive a expensas de cierta libertad de movimientos. y la uniformidad de los modelos de casas hace de barrios y pueblos monumentos al cemento y a la estética del cajón. Adiós gatos que transitaban por tejados calientes. Adiós aleros protectores de la lluvia para los viandantes.

Pobreza y avaricia de constructores y planeadores urbanos hacen la llave perfecta para el diseño de las ciudades. Se construye para los sectores ricos, aquellos que pueden pagar sumas exorbitantes por viviendas lujosas, diseñadas en países del primer mundo, copiadas a la perfección en el nuestro. Para el resto, diseños miserablistas. Y las fronteras invisibles determinan el estatus de los habitantes: sur, norte.

Las viviendas constituyen una oportunidad de todos los días para romper la melopea de las obligaciones. Al llegar a sus casas , las personas se transforman, cada uno es dueño de su mundo y el tránsito pesado de las obligaciones da paso al sendero de los sueños. Sea en la pieza donde se amontonan todas las funciones de una casa, sea en un lujosos apartamento, las viviendas son escenarios donde asumimos aquellos papeles que están vedados en el espacio público.

Julio Cortázar mostró otra faceta . En su relato CASA TOMADA, la frágil tranquilidad de los habitantes del lugar es invadida por la presencia de fuerzas extrañas que poco a poco se apoderan de la vivienda. Es cierto. En ese fortín -en apariencia herméticamente cerrado -de la vida privada, los demonios de la cotidianidad invaden el mundo apacible de los hogares. Riñas, gritos, agresiones son corolario de los encuentros. Y como lo expresé en otro blog, la aparente autonomía de los hogares se desploma ante la presencia de los espacios virtuales.

En fin, creo que es hora de guardarme y dejar que la imaginación de mis amigos discurra sobre estas ideas simplonas.







1 comentario:

  1. Anteriormente trabajé en una casa que fue adaptada para convertirse en oficina, ubicada en el barrio Santa Margarita en Bogotá. Esta casa tenía antejardín, patio trasero, cuatro baños con tina, habitaciones enormes, escaleras espaciosas, en fin... era casi imposible imaginar que antes una familia había vivido allí porque era tan grande que perfectamente las personas podían permanecer sin cruzarse unas con otras.

    Mientras trabajé allí, solía caminar por el barrio a la hora del almuerzo y siempre me sorprendía con el sinnúmero de parques, que además de tener enormes árboles, tenían instalados juegos para niños de atractivos colores y formas. Recuerdo el placer que me producía pisar las hojas secas que caían de los árboles y sentir el viento que corría a sus anchas en estos templos de la infancia. Pero lo que más me sorprendía es que en los parques nunca había niños y entonces recordaba los parques del barrio en el que vivo en el que los niños se disputan por el único columpio que queda en buen estado y en los que en lugar de árboles hay concreto y mallas.

    Entonces siempre pensaba en que era una paradoja que existieran tantos parques en un barrio en el que el promedio de hijos por cada familia es de dos o menos, en tanto que en los barrios populares, en los que los niños salen por centenas de las escuelas a medio día en busca de algún espacio en el que puedan dar rienda suelta a su eterno deseo de jugar, sólo existen unos cuantos espacios tapizados de cemento a los que también se les llama parques.

    Cuando en mis caminatas me detenía a mirar las casas, todas ellas con antejardines y amplios ventanales, siempre llegaba a mi corazón una sensación de soledad. Generalmente, el único movimiento humano que ocurría mientras yo caminaba era que las empleadas del servicio sacaran a las mascotas, bolsa y pala en mano para recoger sus excrementos y entonces pensaba que estas hermosas casas no eran disfrutadas por sus dueños, sino por las mascotas.

    En fin, todo lo anterior únicamente para decir que cada vez más, las casas constituyen un elemento diferenciador entre quienes tienen dinero y quienes no lo tienen. No obstante, hay un refrán que dice que el dinero puede comprar una casa pero no un hogar y tal vez sea esa la diferencia entre las enormes casas del barrio Santa Margarita y mi casa que aunque pequeña, siempre tiene calor de hogar.

    ResponderEliminar