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miércoles, 8 de septiembre de 2010


LA ALEGRÍA DE ENSEÑAR
He vuelto a las clases en mi colegio y la alegría ha vuelto a mi corazón. Como un nadador
inexperto que se aventura por los recovecos del río con temor, con el deseo de dejarse arrastrar por la corriente-ojo con los remolinos-, me reeestreno en el oficio de "dar clases" y pienso...

¿Qué universo subyace a todos estos chicos que día tras día agotan su caudal de picardías que alteran la tranquilidad de los maestros? ¿Qué esperan estos chicos del colegio y de los maestros que intentamos "enseñar" a pesar de tanta resistencia de su parte?

He sentido que existe un diálogo muerto, una tenaz oposición a las propuestas de la escuela , una resistencia vigorosa a lo que nosotros consideramos útil, valioso. Y también percibo un anhelo secreto por encontrar y explorar caminos que sólo se dan en el ámbito escolar.

Creo que vale la pena abandonar el rigor de la nota, y aventurar caminos que concilien sus universos y los de los maestros. Menos ceros y unos y más sonrisas.

Aprendo, con humildad, me hundo en la corriente, asomo nuevamente la cabeza y respiro. Ese mundo, el de los jóvenes con los cuales trabajamos diariamente, tan rico y lleno de conflictos, merece nuestra atención.

Los chicos gritan, hablan todos, pierdo el control, no hay manera de calmarlos. ¿Cuál es mejor? ¿El Chavo o Los simpson? Yo no lo sé. Creo que esos locos son una mezcla provinciana de estos personajes de la televisión. ¿Y yo, maestro, a quién me parezco?



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