Cuando recorremos alguna calle suele ocurrir que se mezclan en nuestro cerebro el presente y el pasado, el ritmo vertiginoso de la actualidad con el recuerdo nostálgico de lo que ya no es. Camino la séptima de Bogotá y se tropiezan las imágenes de aquellas tardes de cinemateca de los años setenta con el desorden actual de la séptima peatonal, una cinemateca nueva, dos centros culturales de calidad, el Delia Zapata y el García Márquez del Fondo de Cultura Económica. Somos, me parece, una suma de recuerdos que se mezclan con la actualidad, haciendo de nuestras vidas un permanente intercambio de añoranzas y sensaciones nuevas.
De Guaduas me invade la memoria de casas de bahareque y tejas de barro, de imágenes de seres que ya no existen o que existen hoy con otros rostros. Algunos nos acompañan siempre y al pasar por los lugares que habitaron sentimos el vacío de su ausencia. Manolito, el inolvidable Manolito, amigo en las buenas y las malas, saliendo de su casa frente al Morgan; Carlos Díaz Padilla, sentado en la sala de su casa iluminándonos con su erudicción sazonada con el humor mas exquisito. La calle de la Pola, escenario de mis vivencias infantiles, las calles que me conducían a los colegios; El café Real, situado en el Camellón Real, lugar de encuentro de billaristas y jugadores de ajedrez, misma calle donde vivieron nuestros cronistas mayores, Pepe Serrano Y Miguel Hernández. Cómo olvidar, en esa calle, a una de las mujeres mas aguerridas de Guaduas, Maruja Fierro, contestataria y crítica de la política local. No cuento que allí en una antigua casa colonial, visitaba yo a una morena de ojos verdes.
Viví de niño en Villahermosa, un barrio de Medellín situado en la parte oriental, donde recibí las primeras clases de vida en la esquina de la Tienda Roja, en compañía de muchachos alguito malevos, excelentes amigos y buenos jugadores de fútbol. En sus calles y sus tiendas y cantinas escuché por primera vez los tangos que se metieron en mi alma. Recorro hoy el barrio y queda muy poco o nada de sus lugares. De Honda, la belleza singular de las calles del centro histórico, de las casas y calles del sector del Alto del Rosario, tan coloridas y bellas y de la caricia húmeda del río Magdalena..
También sucede que ciertos lugares de ficción se nos convierten en reales: Macondo, París visto desde la mirada de Horacio Oliveira en Rayuela, el campo descrito por Juan Rulfo, la Lima de La ciudad y los perros, la Cartagena de El amor en los tiempos del Cólera, de la Memoria de la Ceiba y la Tejedora de Coronas, la Estambul de Orán Pamuk, Teherán narrado por Azar Nafisi.
El narrador de "Por el camino de Swann" finaliza el relato con una bella reflexión:
Los lugares que hemos conocido no solo pertenecen al mundo del espacio en que los situamos para mayor comodidad. No eran sino una delgada capa entre impresiones contiguas que formaban nuestra vida de entonces; el recuerdo de una determinada imagen no es sino la añoranza de un determinado instante; y las casas, los caminos, las avenidas son, por desdicha, fugitivos, como los años
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