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sábado, 25 de noviembre de 2023


 EL CAOS INTERIOR

Mucha agua ha corrido bajo los puentes y cada vez mas sabemos sobre la forma como el cerebro rige nuestras vidas. El inconsciente es un ladrón furtivo que asalta la razón a toda hora y nos predispone a actuar sin el consentimiento de los principios y las normas del raciocinio. 

La memoria, sabemos también, no es una fotografía conservada en algún cajón del cerebro, a la cual acudimos cuando nos parece. La memoria es como un ave fénix que renace con distinto plumaje y nos muestra los resultados de las actualizaciones producto de nuestra experiencia cotidiana. Ella es capaz de inventar hechos, situaciones, emociones, borrar aspectos desagradables, poner a tono nuestros deseos con las representaciones mentales que se renuevan cada día. 

Todos, sin excepción, construimos una representación de nosotros mismos, un guion con el cual actuamos ante la vida. Ese guion está compuesto de los modelos sociales, de nuestras búsquedas y anhelos y de las maneras como el cerebro dispone nuestras pulsiones mas recónditas y fervientes. La espontaneidad de los impulsos emocionales constituye el factor principal para entender por qué obramos de determinada manera. Todo sucede a nuestras espaldas- no quise decir eso, me malinterpretaron-,  y la razón, cual tortuga en competencia con la liebre, intenta imponer su discurso.

Todos, sin excepción, cargamos nuestro caos interior. Frustraciones, rabias, anhelos, deseos que se apoderan de nosotros y nos llevan de la mano por caminos escabrosos. La depresión o la ansiedad expresan el tormento producido por el fuego de nuestros anhelos.  

                                            

Con estos presupuestos podemos afirmar que es inevitable convivir con nuestros caos interiores y que es posible encontrar alternativas a nuestra conducta. Entender que nuestros pensamientos nacen  de procesos internos y que nos llevan por ciertas rutas es el primer paso para cambiar el traje: a las temáticas que nos atormentan proponerles otras distintas; para ello se requiere resignificar nuestras palabras, otorgarles sentidos nuevos, aprender a mirar los hechos desde otras perspectivas, ponernos en la piel de nuestro interlocutor. Eso nos lo plantea Mariano Sigman en su libro "El poder de las palabras". 

¿Será posible?

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