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sábado, 15 de enero de 2022




CARLOS DÍAZ PADILLA

 Sin la cercanía e influencia de personas con quienes compartimos  amistad y afectos en la infancia y la juventud  no seríamos nada. Mi vida ha estado marcada por personajes de quienes recibí las llaves de la curiosidad, la alegría y ese afán incansable por comprender el mundo. Una de ellas, Carlos Díaz Padilla.      

Fue en mis años finales de colegio cuando lo conocí, en un periodo entrañable de mi vida: años setenta. En aquel entonces, Guaduas vivía bajo la égida de Armando Rico Avendaño, gamonal liberal de cuyo poder solo escapaba el aire. Era él quien determinaba el destino y la vida del pueblo, en un momento largo de hegemonía del partido liberal. Carlos Díaz, abogado de profesión, era el antagonista en esta novela de infortunios y caciques. De ironía fina, con el acento costeño y la palabra afilada, ejerció influencia en un grupo de jóvenes contrarios al unanimismo de la época. 


Su casa era el centro de encuentros en los que se debatían temas de actualidad, bajo la mirada benévola de doña Mery, su esposa, siempre amable y  lista a desplegar sus relatos repletos de historias coloridas. Toda una generación de guadueros recibió el diploma de espíritu crítico de las manos de un hombre que nos enseñó a leer a autores fundamentales de la época, en especial de los clásicos del pensamiento socialista. En mi caso, su mayor legado me lo dio el amor que profesaba por la literatura, gracias a la cual leí a tantos autores de hondo impacto en mi vida. 

Conversar con Carlos Díaz era como montar en una nave sin rumbo fijo. Practicaba la hipertextualidad afectiva, que le permitía navegar  de una isla a otra, siempre con la erudición y el apunte certero, irónico. Me atrevo a pensar que él era una suerte de Melquíades sedentario que cada semana nos descubría las novedades del mundo exterior y nos transportaba a realidades nuevas, provocativas. 


Confieso que el  mejor aporte lo recibí de su gusto por la vida, su pasión por la música, su fascinación por la belleza y el inagotable amor por Mery y sus hijos.  Conversábamos en una ocasión cuando sonó en la radio un vallenato, creo de Alejo Durán; interrumpió la charla y tarareó la canción con los ojos cerrados, tal vez rememorando a su tierra natal. 

Muchas veces compartí con ellos almuerzo y tinto y en cierta ocasión terminé siendo su auxiliar , cuestión que hacía con tal de no perderme sus historias y apuntes sobre el gran libro de la historia universal. 


Carlos Díaz es un personaje oculto de Cien Años de Soledad. Lo imagino conversando con José Arcadio Buendía, debajo del palo de mango, con un vaso de jugo de tamarindo en la mano, descubriendo la redondez de la tierra , urdiendo aventuras y soñando con desfacer entuertos en compañía  de don Quijote de la Mancha.


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