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sábado, 6 de febrero de 2021


 GARCÍA MARQUEZ EN UN DÍA DE LLUVIA

Hay días tan oscuros que nos entristecen y nos conducen a pensamientos lúgubres, cuestión por cierto inevitable, ya que estamos hechos de un material sensible a los cambios inesperados, a los avatares del diario vivir. En mi caso, descubrí hace muchos años una terapia infalible- para mí-, la que me ha acompañado siempre en esos momentos grises. La he llamado "García Márquez en un día de lluvia", apropiándome del nombre que encontré en una de mis lecturas.

Cuando la maldad de los malos se cierne como una nube negra que amenaza el bienestar de los desvalidos, cuando la codicia se apropia de los bienes dirigidos a los menos favorecidos, cuando el destino de la humanidad depende de empresarios avariciosos, aparte de la protesta y el rechazo, ah bueno que es pensar en Macondo, aquella "aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos".


No es que la obra de García Márquez sea un canto de cisnes, una apología de la bondad humana. Por sus páginas desfilan personajes de crueldad desmedida, acciones violentas, incesto, guerras civiles, y cretinos de talla mayor. Es, en cambio, un tono tan particular, una experiencia de los sentidos en los que el empeño humano, la alegría desbordada, la pasión que compite con la exuberancia de la naturaleza, la vida comunitaria que lucha contra las adversidades  nos ofrece el aroma de un mundo donde nada permanece quieto, y el solo hecho de existir constituye una fiesta. 

A mí me acompaña siempre el ritmo alegre de los vallenatos que son la música de Cien Años de Soledad. Vallenatos nacidos de la creatividad de campesinos iletrados, con la sabiduría   adquirida en las sabanas extensas por donde camina Matilde Lina, la que cuando camina hasta sonríe la sabana, como cantó el juglar ciego Leandro Díaz.

Siempre tengo presente  en mi cabeza el sol canicular de mi país, el verde que es de todos los colores, el aroma de la guayaba- al que le añado el del café-, la sensualidad de hombres y mujeres, la alegría perpetua en medio del caos, los olores de mi tierra- a los que cantó Pablo Florez-,la música y el baile como recursos infaltables  para los encuentros de amigos, el gusto por la conversación y la mamadera de gallo, la bondad y generosidad de los menos favorecidos.

 Así que mi remedio infalible contra la tristeza se llama "García Márquez en medio de la lluvia".



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