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sábado, 7 de noviembre de 2020


DE LA PELONA Y LAS COSTUMBRES

 "Esta es la historia de dos amantes: Xóchitl y Huitzilin: todas las tardes subían a lo alto de la montaña a llevarle flores a Tonatiuh, el padre sol. Ante cada ofrenda, los enamorados se juraban amor eterno. mas allá de la distancia, el tiempo y la muerte. al llegar la guerra, los hombres marcharon al combate, pero pronto llegaron noticias de la muerte de Huitzilin. Xóchitl subió a la montaña y le pidió a Tonatiuh que la uniera por siempre con su amor. Tonatiuh extendió uno de sus rayos y al tocarla la convirtió en una hermosa flor, de colores tan inmensos como los rayos del sol. Huitzilin llegó en forma de colobrí y, amoroso, se posó en el centro de la flor, la cual se abrió en 20 pétalos, de aroma intenso y misterioso. Así nació la flor de cempoalxochitl-cempasúchil-, la flor de los muertos(tomado de un video en WhatsApp).


El 1 y el 2 de noviembre se celebra el día de los muertos, que en México tiene una connotación muy particular: "Para el habitante de Nueva York, París o Londres," la muerte" es una palabra que jamás se pronuncia, porque quema los labios. El mexicano, en cambio, la frecuenta, la burla, la festeja, es uno de sus juguetes favoritos y su amor mas permanente, decía Octavio Paz en El Laberinto de la soledad(1950). Para los mexicanos, el culto a la muerte es el culto a la vida misma. Puede parecer descabellado para el resto del mundo, pero esta actitud ante el inevitable final puede facilitar el proceso de duelo por el que todos acabamos pasando (El día de Muertos: aceptar la muerte ,celebrar la vida: por qué las velas y calaveras ayudan a sobrellevar el duelo, Marina Gálvez, el País)".


A pesar de compartir muchos elementos culturales con México, no es el tema de la muerte algo que asumamos de la misma manera.  Allá el sincretismo religioso hace posible esta fusión entre el catolicismo y las tradiciones indígenas mexicanas. Unidos por el fervor religioso católico, nos distanciamos frente a la actitud ante la muerte. Y si bien es cierto que se celebra con fervor esta fecha, siempre evadimos mirarla de frente. Aquí no hay cempasúchiles, ni pan de muerto,  ni encuentros con comida y música en los cementerios, ni se pernocta allí.


Hace ya un buen número de años, era costumbre en los velorios en las zonas rurales de Guaduas dar comida y bebida, por lo que el encuentro adquiría matices particulares: sancocho de gallina, tapetusa y risas de los asistentes luego de cierto rato; rosarios seguidos y un ambiente entre triste y jocoso. 



La lectura de "El llano en llamas" y "Pedro Páramo", las dos obras de Juan Rulfo, me mostraron ese mundo en el que la frontera entre los vivos y los muertos se desvanece y surge un mundo que se mezcla sin permiso. La única diferencia consiste en que los muertos han viajado a un territorio al que sabemos que también arribaremos y vienen y van como Pedro por su casa, así que el Día de los Muertos hay que recibirlos con alegría, exhibir  sus fotos y sus pertenencias mas queridas, cantarles y ofrecerles las viandas propias de esta ocasión.  

¿Cómo asumir este tipo de actitudes ante la muerte? Ah, cosa difícil. Ya quisiera yo poder reírme de la muerte, encararla con tranquilidad, aceptarla con resignación e invitar a mis deudos y amigos a celebrar con  sancocho, música y licor mi partida. Lo que anhelo en secreto sería poder regresar de vez en cuando a saludar a mi gente, tomarme un buen plato de sopa, indagar por los últimos acontecimientos e irme, en la madrugada, pintadito, al cielo- ¿o al menos al purgatorio?-.



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