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sábado, 19 de octubre de 2019


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VERDE QUE TE QUIERO VERDE

Observo la forma vertiginosa como crece Guaduas, las urbanizaciones en zonas consideradas antes como rurales, conjuntos de torres de ocho pisos para vivienda, la expansión del comercio y la presencia de población proveniente de otros lugares, en especial de pensionados de Bogotá que sueñan con una vida mas calmada y sana. De tugurios, nada. Así que para hablar de los procesos de urbanización de Guaduas y de Colombia partiré de un referente especial : el cine. 

De mi inventario de películas inolvidables, menciono a Ludwig II, dirigida por el director de cine italiano Luchino Visconti, con la actuación estelar de  Helmut Berger, Rommy Schneider, Silvana Mangano entre otros. Ludwig ocupó el trono de Baviera antes de cumplir los veinte años(1864) y soñaba con hacer feliz a su pueblo. Mecenas de muchos artistas, entre ellos Wagner, construyó numerosos palacios y castillos " en los que nunca debía entrar forastero alguno y que han sido visitados desde la muerte del rey Ludwig II por mas de 50 millones de personas"(Newschastein.de). 

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 La belleza como elemento conductor de la política, estrategia romántica que dio pábulo a sus enemigos para conspirar sin tregua contra el rey. Los gastos monumentales que en su día arruinaron las arcas reales, son hoy motivo de orgullo de Alemania. Paradoja permanente en la vida de los pueblos.  
                                                                             
Hoy, que vivimos un proceso descomunal y acelerado de urbanización en Colombia, nada mejor que la alusión a Ludwig para referirme a la ruina estética que campea en muchos  lugares por la codicia de  urbanizadores insensibles con la naturaleza, las comunidades y el bienestar de la población.

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Cristóbal Colón veía oro en todo lo que lo rodeaba y no tenía otro sueño que descubrir la riqueza enterrada en este continente. Hoy, un grupo numeroso de urbanizadores codiciosos con sus equipos de constructores  se parecen a Colón, solo que ellos solo ven solo ven cemento y se igualan con Goyeneche en su sueño de pavimentar el río Magdalena.

¿Dónde quedaron  los sueños de nuestros planificadores, arquitectos e ingenieros, que solo conciben la vida en arena y cemento? No se construyen parques y las urbanizaciones se rellenan de construcciones al punto de invadir muchas veces el espacio público. Cada dueño de un terreno se imagina la construcción infinita con laberintos en las que se instalan familias y familias. De verde, nada.    

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Las construcciones respetuosas del entorno son exclusivas de los sectores pudientes, islas rodeadas de murallas -ah, las murallas-, con guardias privados par mantener alejados a  los extraños. Así, la planificación urbana estimula la segregación.

Creo en la belleza y el bienestar colectivo como los dos aspectos centrales de todo proceso urbanístico. Armonizar el diseño con el entorno, construir espacios verdes para el deleite, la meditación y el juego, privilegiar al caminante sobre el automóvil, propiciar la alegría que da un espacio donde el aire sea puro y las dimensiones de las casas permitan el tránsito libre y amplio de los moradores y  donde primen la luz natural y los servicios públicos  eficientes, ese es el ideal.
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La belleza es también política. Reclamar lugares equilibrados, armónicos es asunto ético. El mejor antídoto contra la depresión  se encuentra en lugares en los que el juego de naturaleza y arquitectura alcanza la armonía.

En ocasiones,  cuando recorro el campo, descubro tesoros puestos en un recodo del camino, en lo alto de una loma, casitas sencillas con abundancia de flores y plantas, el verde alrededor y un aire que invita a sonreír. En la ciudad, se deben ofrecer parques, zonas verdes, jardines, alamedas y senderos para dicha de los que la habitan.

Un pedacito de verde es la dosis personal  para vivir en paz.



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