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sábado, 7 de septiembre de 2019




ODA AL TRÓPICO:
MUTIS Y EL PLACER DE LA TIERRA CALIENTE

A medida que transcurre la existencia, nuevas experiencias se encargan de modelar nuestras vidas y surgen acontecimientos capaces de señalar  caminos inesperados. Y siempre presente,  la infancia y la adolescencia como periodos vitales, la epopeya joven en la que ocurren hechos tan definitivos en la conformación de lo que llamamos el carácter o la personalidad. Andrés Osorio Guillot escribió un artículo  " El mar, el bosque y la cárcel:el tridente narrativo de Álvaro Mutis"  en El Espectador,  acerca de  las fuentes creativas del escritor tolimense:

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Un horizonte donde el agua se percibe infinita; un trópico donde cualquier ser humano se halla diminuto ante la inmensidad de los bosques compuestos de árboles mágicos; las orillas de los ríos en las que las melancolías reposan en las rocas húmedas y resbaladizas; los puertos donde las odiseas hacen sus pausas y sus protagonistas reinventan la vida sobre la tierra fueron escenarios que atrajeron a Álvaro Mutis, hacedor de un hombre que jamás abandonó el peregrinaje y que nunca se adaptó a una vida citadina y terrenal.


Las travesías por el océano Atlántico, los días que parecían no acabarse entre el forcejeo de las olas y un silencio atravesado por los fuertes vientos fueron los peldaños de la primera experiencia literaria de Mutis, entendiendo experiencia literaria como aquello que abruma, aquello que asombra, aquello que desborda nuestra capacidad de entendimiento y que altera cualquier intención de expresar con las palabras cotidianas lo que resulta sublime e imponente (Osorio).


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Leo las descripciones de Osorio y pienso en el hechizo inevitable de los lugares en los que comenzamos a descubrir el encanto y la complejidad del mundo y reconozco que estoy limitado en mi perspectiva por haber transcurrido esas dos etapas de mi vida, en especial la infancia,  en un "pueblito de pintura" como  lo llamó Pedro Gómez Valderrama en su novela La Otra Raya del Tigre.



Al igual que a Mutis, a mí me acompaña siempre el cielo azul de junio y el río, escenario de aprendizajes reveladores, las calles empedradas y las montañas siempre verdes, los amigos y el fútbol, la tarde que fenece y las sombras de la noche, llenas de misterios y relatos. Mutis, enamorado del mar , creó un personaje sinigual en nuestra literatura: 


Maqroll El Gaviero, el álter ego del poeta, el timonel de sus remembranzas, de sus creaciones, se reconoció como “un hombre de mar”, como un hombre incapaz de vivir en la firmeza, en las lógicas aparentemente inalterables de la existencia en tierra firme, como un ser humano incapaz de una vida citadina sujetada a las reglas de la convivencia y la estabilidad. Y a esas imágenes de un pasado fluvial, de días volátiles, de palabras maleables y empujadas por las olas que llegan agotadas a las riveras de las playas, Mutis les dedicó un mundo custodiado por la obstinación y la irreverencia de Maqroll, un personaje para el que “los puertos apenas fueron transitorios pretextos de amores efímeros y riñas de burdel”(Osorio).

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Tan extraña la vida. Tal vez la mezcla de genética y cultura  imprime códigos secretos en nuestro cerebro, marcas  traducibles en olores, sabores, sensaciones táctiles y visuales, sonidos perennes e imágenes  imborrables, las que definen el perfil de la vida. Y por supuesto, en mi caso, la presencia de personas que me regalaron el tesoro de vivencias llenas de amor y entrega.  Cómo olvidar el escenario de la cocina con fogón de leña, la aguapanela y el pan en la tarde, la sonrisas y los paseos al río, con sancocho incluido. Y acojo como mías las palabras de Mutis: 


"Todo lo que he escrito está destinado a celebrar, a perpetuar ese rincón de la tierra caliente del que emana la sustancia misma de mis sueños, mis nostalgias, mis terrores y mis dichas. No hay una sola línea de mi obra que no esté referida, en forma secreta o explícita, al mundo sin límites que es para mí ese rincón de la región de Tolima, en Colombia". Así describió Mutis a Coello, un municipio custodiado por cafetales, por un abanico de árboles y plantas que expulsaban aires cálidos y coloridos que iban a parar en las corrientes de los ríos perdidos en el edén.
Su infancia sucedió entre el cantar de las aves que se escabullían entre los árboles y que huían como los poemas que él mismo escribió, entre el movimiento pendular de su hamaca y el olor a vegetación que se colaba en la esencia de las páginas de poesía francesa y de literatura de ciencia ficción(Osorio).
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Escucho el canto de los pájaros, el sonido primitivo de la corriente de agua que se desprende de la montaña. Voces diversas llenas de coloridos matices  dispuestas a enfrentar las demandas del día y una  brisa suave que mece las ramas de los árboles. Las montañas verdes-de un pueblito donde el verde es de todos los colores, que dijera el poeta-, nos llaman porque en sus entrañas reposa el misterio de la existencia, la conexión con la madre tierra, aquella que intuyó Humboldt en sus viajes por América.

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