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sábado, 14 de junio de 2025

 



¡FELIZ CUMPLEAÑOS!

Cumplir años cuando se ha hecho un recorrido largo semeja revisar los corotos que hemos ido acumulando a través del tiempo.  Cada objeto contiene una historia y todos los  objetos dialogan para armar el entramado de la vida.

Somos seres sociales conectados por múltiples redes y buena parte de nuestro desempeño obedece a los condicionamientos que nos dicta la ideología. Pensamos desde la clase social, desde el grupo religioso, actuamos motivados por el sentido gregario, construimos el edificio que alberga nuestros deseos y aspiraciones. En mi caso, siento ahora que habito un lugar donde lo relativo ordena mi vida. La verdad es un pez enjabonado y agradezco a los libros- literatura, ensayo, crónica, historia, testimonio, noticia ciencia-  haberme arrojado al mar de dudas en el que doy brazadas para tratar de comprender un mundo en permanente cambio. Digo entonces que a estas alturas de la vida procuro evitar los dogmatismos que tanto daño nos hacen a la hora de intentar convivir en armonía. Sin pensar jamás que la verdad no existe. 



El cuerpo es una maravilla. No importa su forma, nos brinda la experiencia vital de desplazarnos, de vivenciar sensaciones diversas, de dialogar con el mundo. Pasada cierta edad, comienza a mostrar signos de cansancio, de debilidad. Aparecen males que, asumo, estaban guardaditos y ahora reclaman un sitio destacado. Dejas de realizar actividades extremas, aquellas cosas que formaban parte de tu rutina diaria se reducen a poco y aprendes a dialogar con tu cuerpo, a pausar el ritmo de la existencia. Ese cuerpo siente de manera distinta la vida. Miras a tu alrededor con otros lentes, evalúas la existencia de manera crítica y un aire pausado define tus decisiones.

Roberto Carlos en su canción nos dijo querer tener un millón de amigos. La vejez los reduce a un puñado. A los que hay que cultivar, cuidar. Comprender. Ejercer con ellos el mas bello arte: la buena conversación, compartir alegrías y penas, dar y recibir el apoyo  solidario cuando se requiere y agradecer el hecho de compartir este mundo. Enuncio sin modestia alguna que ha sido el oficio de la escucha el que me ha permitido descubrir matices, caminos nuevos en el oficio gratuito de interpretar la vida y el mundo. Cuántas veces una frase dicha sin ninguna pretensión produjo una explosión en mi interior que me permitió vislumbrar senderos desconocidos y cuantas veces he gozado la picaresca, el ingenio, la ironía de seres que sin saberlo son cultores del idioma.

Si el cuerpo se resiente y se pausa, la mente es como la loca de la casa. Sigo sorprendiéndome ante la maravilla del planeta, la creatividad presente en los actos humanos, la diversidad de la naturaleza, los libros que no cesan de mostrarme la complejidad del alma humana, el arte, los viajes, la amistad. Y  por supuesto, mi familia, posada amorosa que me  reconforta y alienta a vivir. Dos capullos me alegran los días, me ofrecen la posibilidad de experimentar desde el amor y el asombro esta vida, tan plena.

He metido la pata muchas veces. Errores, actitudes, decisiones tontas. Son pocas, afortunadamente. Cada vez que las recuerdo, siento un dolor grande. Quisiera uno andar por el mundo sin ofender, sin agredir. Sabiendo que somos piezas imprescindibles de una máquina incesante llamada vida, ante la cual nos descubrimos frágiles, vislumbres en el vasto espacio de un planeta y de un universo bello e indiferente. 

He habitado un lugar donde ha transcurrido buena parte de mi existencia. Guaduas representa el sitio donde he podido realizar mis sueños, el espacio que hizo posible convertirme en maestro,  el valle que llenó de color mi vida. Y las montañas que son el hechizo sublime. Y los colegios donde compartí con tantas generaciones de chicas y chicos alegrías, proyectos, paseos, diálogos fecundos. La Fundación Antonio Romero, ejemplo de amor por Guaduas a través de sus proyectos culturales y educativos. Y mi amor por Japón, su poesía, su prosa  y el budismo,  que se apoderaron de mis emociones y me regalaron un ramo de cerezos en flor.

Digo, gracias a la vida, que me ha dado tanto.

sábado, 7 de junio de 2025




KEPA AMUCHASTEGUI: RETRASAR EL OLVIDO

Cuenta kepa Amuchastegui en el podcast Claro Oscuro de El Espectador que durante la pandemia creó  una técnica para retrasar el olvido: se inventó un  canal de YouTube. Así logró reinventarse y mantener comunicación con sus amigos y seguidores. Así logró  retrasar el inevitable olvido.

En cierta época del año, muchas regiones de Colombia se visten  de amarillo, lila, rojo, gracias al florecimiento de ocobos, chicalás, cámbulos y otros árboles generosos. Es un regalo visual que alegra el espíritu. Tuve la suerte de apreciar una mañana el valle del Magdalena, extendido a mis pies desde la Piedra de Capira, con la visión de la serpiente juguetona que zigzaguea mojada por valles fértiles: el río Magdalena. En un área amplia, cientos de ocobos florecidos pintaban el valle de amarillo. A las pocas semanas volví. Los árboles, desnudos, sin flores. Igual que la vida. Igual que el olvido.

Piensa Amuchastegui en el recuerdo de los otros. En la memoria que establece puentes entre ellos y el yo. Para quien logró hacerse un lugar en la memoria de muchos, llega un día en que se percibe cómo ese recuerdo se va destiñendo, va desapareciendo. De un momento de esplendor al olvido. Entonces, se descubre que la verdadera lucha se libra con uno mismo. Retrasar el olvido de lo que somos. El olvido interior.

En el escenario de lo íntimo merece la pena resignificar el pasado. Es una manera de evitar  la añoranza, la melancolía. Revisitar los rincones donde la memoria tramposa acumula sus caprichos. Concebir hechos, circunstancias, personas del pasado con la mirada de quien entiende que toda observación del pasado es una invención del presente. Dejar de un lado los odios, los rencores, las angustias por aquello que ya no es. Una actitud militante para entender que "se hace camino al andar", porque "al volver la vista atrás, se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar".

En mi caso, retraso el olvido de diversas maneras y una, especial: los libros. Escribe Álvaro Castillo en El Espectador:

De modo tal que con los años, cada vez que lees, hay un arco voltaico muy abundante que crea una luz interior, cegadora, deslumbrante. Porque el proceso no termina: se crece, se perfila, se madura. Se enriquece, no envejece. No amengua No se deteriora. Al contrario. Adquiere rizomas, echa frondas. y cuando tu vienes a ver tiene un modo vegetativo enorme en el proceso de la lectura.  lees como si fueras, no un árbol, sino una arboleda leyendo. Cada uno de los libros que uno lee es una fogata interior.

Un viaje interior que convierte el pasado en fuente inagotable de alegría en el presente. La fogata interior.