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sábado, 30 de julio de 2022

 


LA TIRANÍA DE LA EFICIENCIA

Yo la veía a doña Encarnación con los ojos del niño para quien el mundo posee un orden definido, lavando, planchando, cocinando, todos los días, en una sucesión inacabable de oficios a cual mas agotador, sin quejarse. Todos los días. No había otra manera  de ser en un mundo de imposición masculina. ¿Acaso sintió deseos de rebelarse o asumió este destino como un hecho normal? Para ella no había fuegos de artificio, cantos de sirena que la distrajeran de las faenas hogareñas. Tampoco reconocimientos. Distinto de la condición contemporánea:

Aproveche. Que el viaje en metro no sea en balde: quítese unos cuantos correos. Y en el ascensor, nada de mirar pensativo la luz que brinca de planta en planta: responda a esos mensajes que se escuecen en el bolsillo. ¿Esperar en el café donde ha quedado viendo la gente pasar? ¡Qué va! Es el momento de enviar audios sobre cuitas laborales. Ni siquiera la almohada significa ya la placidez del punto final: ahora es un soporte para consultar documentos atrasados(Alberto Palomo, La tiranía de la vida eficiente,:¿alguien es capaz de no hacer nada? El País).


Vivimos los tiempos de la "tiranía de la eficiencia", como la llama Palomo. Un logro del capitalismo, que ha convertido el descanso en un pecado mortal. Hacer nada, ir de nefelibata constituyen actos censurables en un mundo donde el 7-24 representa al ser siempre activo, dinámico, dispuesto a jugarse el todo por el todo para cumplir con las demandas laborales, sociales, culturales, sexuales, espirituales, enmarcadas en el espíritu del consumo y la rentabilidad. Lo colectivo ha sido despojado de cualquier rasgo que signifique protesta: "tú eres el responsable de tus actos. Eres un ganador o un perdedor. Tú decides".

Contra este discurso ya existen voces que proclaman la necesidad de frenar. De rebelarse contra el mandato de lo que resulta rentable. No se trata, aunque esté relacionado, de alzarse contra las redes sociales y su forma de vampirizar nuestras horas, ni de acometer contra ese anglicismo que se enuncia como FOMO (acrónimo de "fear of missing out", que es en rasgos generales, el miedo a perderse planes). El  objetivo es abandonar esa interminable lista de tareas y respirar. Ser conscientes de nuestras limitaciones, de la imposibilidad de cumplir todos los deseos y dedicar tiempo a labores no remuneradas, como observar mariposas o tumbarse a la bartola (Palomo, El País).


La paradoja radica en que todas las baterías están enfocadas a evitar los traumas en los niños, a asumir las emociones como el elixir de la felicidad, a movernos en lo políticamente correcto, a evitar el contacto y el contagio con todas las manifestaciones desagradables  que hacen de este mundo lo que es. La literatura infantil se ha llenado de "libros con objetivo", nos dice Leila Guerriero.  Un mundo de niños incontaminados para asumir un mundo adulto lleno de pesadillas. 

2 comentarios:

  1. Me quita un peso de encima. Disfrutaré más los momentos de mirar el techo o mirar el cielo a través del umbral de la puerta; escuchar los pajaritos o los bullicios a lo lejos...
    Espero no llegar tarde al trabajo.
    ¡Gracias Dago por estos escritos!

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  2. Con mucho gusto y gracias por leer mi blog.

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