EL OCASO Y EL VACÍO

Sucede con  frecuencia. En especial, cuando no haces nada. Sentado en el viejo sofá, la luz de la tarde que perece con lentitud y de repente la sensación de descubrir que nada tiene importancia. O apenas un poco. De tu arsenal de emociones desechas todas las grandes ilusiones, las metas y tareas de gran magnitud. Y sientes encajar en el ritmo silencioso del mundo que gira y gira. 

¿Qué quedó de aquel proyecto ambicioso, del amor absoluto que un día prometiste conservar, de los amigos con los cuales juraste lealtad eterna? Es apenas una sensación pasajera. Se va pronto y regresan los pensamientos  de siempre.

Del agobio a la indiferencia. Sentir que cada gesto, cada acto carece de eternidad, que lo efímero cabalga siempre con nosotros. La trascendencia es la capa de pintura que se borra con el tiempo. Sales a la calle y experimentas un aire diferente, la sensación de amar aquello tan liviano.

Esa sensación parece la suave luz del ocaso. Ese momento en que todos los rituales, las normas se desvanecen y surge esplendente la comunión con el aire y el abandono. Por un momento se congelan todas las apetencias  vanidosas y solo apreciamos la fusión con lo que pasa.

Somos la gota de rocío que resbala delicada sobre la hoja.