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sábado, 10 de abril de 2021




NOMBRES Y MOMENTOS   

Federico Díaz -Granados le pregunta a Ida Vitale, la gran poeta uruguaya:


- Su vida, al igual que su poesía, están marcadas por exilios, retornos y desprendimientos. ¿Cómo atrapa su memoria esos lugares entrañables y perdidos?

Ida Vitale: como corresponde  a mi edad, todo empieza a entrar en una nebulosa, y claro está que a veces aparecen nombres que alguien me recuerda y me sobresalto porque siempre vienen unidos a un momento...(Ida Vitale, el brillo de una poeta, El Tiempo).






La memoria es la guardiana de la vida. Hace lo posible por atesorar los recuerdos de la vida pasada y se enreda, a medida que el ser humano envejece. Aun así, ella posee la facultad indiscutible de servir de registro del paso de la existencia humana. Argos, el perro de Ulises, desfallece día a día ante el desprecio de los pretendientes de Penélope:" Tullido y casi ciego, reconoce, luego de veinte años, a su amo. "Su corazón enfermo palpita por última vez: no sabemos si feliz por haber encontrado de nuevo a Ulises, o melancólico por no poder ya reunirse  con él, perro Argos, con el último enderezo de sus orejas, entrega su alma sensitiva al destino de la negra muerte y la ker fatídica" (El Jardín de los clásicos).


La conexión entre nombres y momentos es inseparable. Las acciones humanas se realizan en un escenario con actores, situaciones y peripecias enmarcadas en el tiempo. Los nombres constituyen la marca indeleble de los actos, el registro de por vida de momentos memorables, gozosos, trascendentales, tristes e inocuos. En María , de Jorge Isaacs, Efraín rinde tributo a su memoria: "Al dar la vuelta a un grupo de corpulentos tamarindos,  quedé en frente de un pedestal blanco y manchado por las lluvias, sobre el cual se elevaba una cruz de hierro. Acerquéme. En una plancha negra que las adormideras ocultaban ya, empecé a leer: María...".



Los amores nos desgranan sus flores memoriosas, los instantes del encuentro, la voz dulce y la caricia suave,  siempre asociados a un nombre cargado de emoción. Todos guardamos en el cofre memorioso el nombre , los nombres de aquellas y aquellos que nos brindaron la experiencia singular del amor, el erotismo, las rabias,  el desamor y la pena.

De mi repertorio digo: Macondo y son los años setenta, fragorosos, utópicos. Digo Guaduas y el aire huele a montaña, a río, a calles empedradas, a tejados, a familia,  a amigos de la infancia dispuestos a dejar el corazón en un partido de fútbol en alguna calle, a las escuelas y los colegios, al amor y la ternura. Digo Río magdalena y aparece la isla de Corea, el diseño sinuoso de una corriente que baña el paisaje de tierra caliente, el vuelo  de las garzas, las montañas que se observan en los espejos oscuros del río, los poblados a su lado, mujeres y hombres arreglando bocachicos, nicuros y capaces.


¿Y qué decir de Marguerite Yourcenar y su novela Memorias de Adriano? Ella me mostró la complejidad del poder, las trampas de la vejez y el destino ineludible de los mortales. Ana Rosa y Celedonia, lo mas entrañable y memorable en mi corazón, las lavadas de ropa en el río, la hechura de coronas para los muertos, el naipe, la suerte y el destino en la baraja, el estoicismo, el sacrificio y el amor permanentes por su familia, la alegría a pesar de tantas carencias.

Son los momentos, los nombres, los lugares. Los que pintan nuestras vidas, los que escriben las historias de vida de seres condenados a vagar  por el mundo.



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