ELOGIO DEL IDIOMA
Me dio la oportunidad de iniciarme en el ámbito de la educación como profesor, hace ya un buen número de años. De complexión recia, calvo, voz tronante y actitud dominante, ejerció la rectoría del colegio Parroquial La Consolata de Guaduas. Fue don Pablo María Castro autor de varios libros de enseñanza de la legua española y un buen conocedor de la literatura colombiana y española. Su excelente conocimiento de la gramática-dominaba al derecho y al revés la gramática de Bello, la de la RAE- le permitió ser el cancerbero del buen uso del idioma en épocas en que la gramática, la moral y la política iban de la mano. Tenía, además, el don de la palabra hablada, con una prosa refinada y clasista, admirada por sirios y troyanos e imposible de imitar, pues don Pablo dominaba la retórica y la dialéctica con mucha propiedad. ¡Ah, épocas aquellas de rígida estructura social en la que una de las maneras de mostrar la clase se lograba por medio del dominio de la gramática!
Vivimos otros tiempos, mas sueltos. La Academia de la lengua Española, la que "fija y da esplendor" se sostiene y mantiene una actitud vigilante, a ritmo de tortuga, en épocas de internet. Todavía autorizan términos y expresiones que durante mucho tiempo y sin su permiso, han formado parte de la existencia de la cotidianidad lingüística de comunidades hispanohablantes. La promiscuidad lingüística es la norma de los pueblos; la castidad, la de la academia.
En tiempos de internet y redes sociales, el idioma sufre transformaciones amplias. De receptores nos transformamos en activos emisores y pululan millones de opiniones, en contextos en los que todos comparten las mismas ideas. Términos y expresiones por lo general de origen inglés dan sentido a los mensajes que por millones se mueven en la red y nuevas maneras de comunicar-iconos, símbolos, combinación de los mismos con palabras- plantean alfabetos cuya autoridad es horizontal y no requiere de aprobación de ninguna clase.
A mí me encantan las cofradías en las que la palabra mantiene su carácter arrobador. Blogs, páginas de literatura, cocina, música, arte, deportes, salud y todas las manifestaciones posibles hechas con el gusto y el encanto de la belleza artesanal de la lengua. Y por sobre todo, la conversación en el café, el bar, la calle, el hogar, la escuela, la oficina.
En este mundo tan interconectado y sujeto a la libertad vigilada de las redes sociales, la palabra irreverente abre perspectivas que nos alejan de la rutina mediática. Escuchar las narraciones de héroes populares, inadvertidos por el ruido de las estrellas de la farándula; fascinarse con los discursos contundentes de jóvenes encarretados con la ciencia, perderse en las narraciones seductoras de amores, desencuentros, crónicas familiares, viajes, locuras. Y el complemento necesario e inevitable: la lectura y la escritura, el debate y la imaginación sin los cuales no es posible enriquecer nuestras miradas y alcanzar niveles elevados de riqueza verbal, creatividad y rigor.
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Sin ciencia ni cultura, la lengua se empobrece.
Vivimos otros tiempos, mas sueltos. La Academia de la lengua Española, la que "fija y da esplendor" se sostiene y mantiene una actitud vigilante, a ritmo de tortuga, en épocas de internet. Todavía autorizan términos y expresiones que durante mucho tiempo y sin su permiso, han formado parte de la existencia de la cotidianidad lingüística de comunidades hispanohablantes. La promiscuidad lingüística es la norma de los pueblos; la castidad, la de la academia.
En tiempos de internet y redes sociales, el idioma sufre transformaciones amplias. De receptores nos transformamos en activos emisores y pululan millones de opiniones, en contextos en los que todos comparten las mismas ideas. Términos y expresiones por lo general de origen inglés dan sentido a los mensajes que por millones se mueven en la red y nuevas maneras de comunicar-iconos, símbolos, combinación de los mismos con palabras- plantean alfabetos cuya autoridad es horizontal y no requiere de aprobación de ninguna clase.
A mí me encantan las cofradías en las que la palabra mantiene su carácter arrobador. Blogs, páginas de literatura, cocina, música, arte, deportes, salud y todas las manifestaciones posibles hechas con el gusto y el encanto de la belleza artesanal de la lengua. Y por sobre todo, la conversación en el café, el bar, la calle, el hogar, la escuela, la oficina.
En este mundo tan interconectado y sujeto a la libertad vigilada de las redes sociales, la palabra irreverente abre perspectivas que nos alejan de la rutina mediática. Escuchar las narraciones de héroes populares, inadvertidos por el ruido de las estrellas de la farándula; fascinarse con los discursos contundentes de jóvenes encarretados con la ciencia, perderse en las narraciones seductoras de amores, desencuentros, crónicas familiares, viajes, locuras. Y el complemento necesario e inevitable: la lectura y la escritura, el debate y la imaginación sin los cuales no es posible enriquecer nuestras miradas y alcanzar niveles elevados de riqueza verbal, creatividad y rigor.
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Sin ciencia ni cultura, la lengua se empobrece.
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