LA BODA REAL
Libreta en mano, anotó los nombres de los invitados más importantes, registró las características de los vestidos, observó con ojo crítico los gestos y movimientos de los personajes, codeó a su marido, trató de interpretar el grado de entrega de los novios, espió posibles tics indicativos de malestar entre la realeza y juzgó sin miramientos el vestido de novia. Cuando los novios se besaron frente a los miles de espectadores apostados en la calle-los otros invitados-, creyó descubrir un poco de frialdad en el acto.
A las de la mañana, con su marido despernancado en un sillón, roncando y en calzoncillos, se sentó en la cocina a repasar los apuntes: "Sombrero pegado con almidón", "la bruja de la parker siempre fea", "el Elton John, un fresco", etc. Luego, se concentró en el vestido de la novia. "impecable", "¿seda o satín?".- Oye, José Eduardo, despierta que están por llegar los amigos-.
-Y me parece que a la boda le faltó un poco de glamour, más sincronización en los actos programados- dice la mujer, mirando a sus invitados con ligera superioridad. - No estoy de acuerdo- grita una invitada. -La realeza jamás se equivoca y mucho menos la británica-. La conversación se pone pesada, y cuando se llega al tema del vestido dos bandos irrreconciliables se enfrentan. Los ánimos están alterados.-Lo que sucede es que usted no ha podido quitarse de la cabeza el fantasma de Lady Di- dice otra invitada. -Es que para entender un poco lo que digo, hay que conocer la vida de las realezas europeas-, dice la anfitriona. Una invitada muestra unas motas de algodón.-Se te está dañando el sillón-, dice mientras las arroja al piso. Cuatro mujeres, dos hombres, sentados en la sala, defendiendo su derecho a interpretar con la mayor justicia la denominadada boda del siglo.
El grupo ha mantenido una amistad de vieja data. Los anfitriones consideran que ellos poseen los mejores abolengos, pues han vivido en la capital, proceden de familias de tradición y consideran que el mundo anda al revés por culpa de tanto patirrajado en trance de ascender sin méritos. Pepita, su vecina, piensa que los anfitriones se escudan en sus falsos pergaminos para cubrir una crisis económica permenente. Susanita, la mayor, conoce los secretos mal guardados de sus amigas y divulga a los cuatro vientos sus pecados . Irenita-al grupo le encantan los diminutivos-es la "dura", pues posee algunas propiedades y un negocio próspero. Ella sabe que sus amigas la descueran sin piedad, pero no pueden vivir sin ella.
-¿Se imaginan los nervios de la madre de Kate compartiendo manteles con la nobleza?-comenta la anfitriona. Susanita revira: -Ni falta que le hace. Ella tiene más nobleza que todas esas putas envueltas en satín-. Esa frase es la bomba que inicia la guerra. Todas hablan a la vez, gritan, se miran mal, mientras los dos hombres cabecean. -Ni creas, mija- alcanza a decir la anfitriona.-¿tú crees que la Kate es una moscamuerta?-.
El marido se despierta ante los gritos, sirve tinto y los amigos se calman un poco. Luego, van saliendo uno a uno, concientes de que la verdad se va con ellos. La mujer, furiosa, le grita al marido: -y tú no fuiste capaz de apoyarme, se ve que eres de la misma clase de esa gente-. Llorosa, se dirige al lavadero y organiza la ropa para echar en la lavadora.
-Mi princesa- llama el marido.
A las de la mañana, con su marido despernancado en un sillón, roncando y en calzoncillos, se sentó en la cocina a repasar los apuntes: "Sombrero pegado con almidón", "la bruja de la parker siempre fea", "el Elton John, un fresco", etc. Luego, se concentró en el vestido de la novia. "impecable", "¿seda o satín?".- Oye, José Eduardo, despierta que están por llegar los amigos-.
-Y me parece que a la boda le faltó un poco de glamour, más sincronización en los actos programados- dice la mujer, mirando a sus invitados con ligera superioridad. - No estoy de acuerdo- grita una invitada. -La realeza jamás se equivoca y mucho menos la británica-. La conversación se pone pesada, y cuando se llega al tema del vestido dos bandos irrreconciliables se enfrentan. Los ánimos están alterados.-Lo que sucede es que usted no ha podido quitarse de la cabeza el fantasma de Lady Di- dice otra invitada. -Es que para entender un poco lo que digo, hay que conocer la vida de las realezas europeas-, dice la anfitriona. Una invitada muestra unas motas de algodón.-Se te está dañando el sillón-, dice mientras las arroja al piso. Cuatro mujeres, dos hombres, sentados en la sala, defendiendo su derecho a interpretar con la mayor justicia la denominadada boda del siglo.
El grupo ha mantenido una amistad de vieja data. Los anfitriones consideran que ellos poseen los mejores abolengos, pues han vivido en la capital, proceden de familias de tradición y consideran que el mundo anda al revés por culpa de tanto patirrajado en trance de ascender sin méritos. Pepita, su vecina, piensa que los anfitriones se escudan en sus falsos pergaminos para cubrir una crisis económica permenente. Susanita, la mayor, conoce los secretos mal guardados de sus amigas y divulga a los cuatro vientos sus pecados . Irenita-al grupo le encantan los diminutivos-es la "dura", pues posee algunas propiedades y un negocio próspero. Ella sabe que sus amigas la descueran sin piedad, pero no pueden vivir sin ella.
-¿Se imaginan los nervios de la madre de Kate compartiendo manteles con la nobleza?-comenta la anfitriona. Susanita revira: -Ni falta que le hace. Ella tiene más nobleza que todas esas putas envueltas en satín-. Esa frase es la bomba que inicia la guerra. Todas hablan a la vez, gritan, se miran mal, mientras los dos hombres cabecean. -Ni creas, mija- alcanza a decir la anfitriona.-¿tú crees que la Kate es una moscamuerta?-.
El marido se despierta ante los gritos, sirve tinto y los amigos se calman un poco. Luego, van saliendo uno a uno, concientes de que la verdad se va con ellos. La mujer, furiosa, le grita al marido: -y tú no fuiste capaz de apoyarme, se ve que eres de la misma clase de esa gente-. Llorosa, se dirige al lavadero y organiza la ropa para echar en la lavadora.
-Mi princesa- llama el marido.
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