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sábado, 8 de marzo de 2025

 



LAS VISITAS

Por fin me decidí a a leer "Por el camino de Swam", el primer libro de "En busca del tiempo perdido", de Marcel Proust. Publicado en 1913, dice Rosa Montero que "En busca del tiempo perdido" no ha tenido continuación ni seguidores, no ha tenido escuela. Es una cumbre de la literatura universal que permanece solitaria y aislada, como un inmenso, rutilante iceberg que flota majestuoso en mitad del océano".

A medida que me adentraba en su lectura, sentía que penetraba en una selva intrincada, con su multitud de especies de plantas, árboles y animales, senderos abruptos, ríos y quebradas. Una prosa llena de incisos, de oraciones subordinadas que exigen al lector la atención total. Allí se recrea un mundo de familias en el  que los detalles ahondan en la cotidianidad de aristócratas para quienes  los modales, las formalidades, las visitas  y los objetos constituyen su mundo . 

Un aspecto relevante de la obra lo ocupa  el papel de las visitas en el mundo nobiliario de la familia. En la novela y en la realidad, las visitas constituyen un ritual social en el que se despliegan las jerarquías, los tiempos, las maneras de ratificar la pertenencia a un grupo social. Las visitas son una práctica social  por medio de la cual aprendemos a identificar los rangos sociales, las costumbres aceptadas o rechazadas, las maneras de extender la información sobre vecinos, amigos y familiares,  de valorar acontecimientos políticos, culturales, económicos y de ejercer la costumbre mas tentadora: el chisme.

Para la infancia, las visitas son momentos atractivos  que traen regalos y afecto, momentos estelares en los que se destilan los comentarios jocosos, irónicos, en que se comparte con otros niños y las rutinas de la casa se alteran por un tiempo. Dada la disposición de los niños a convertir todo acontecimiento en un asunto de interés, las visitas forman parte del prontuario de su formación afectiva y cognitiva. Cada visita representa una experiencia única, una oferta de rostros, de mundos novedosos en los que se estilan modas y modos de ser y de actuar, en los que los silencios nos enseñan la prudencia, el rango, los miedos.

Recibir visitas no es igual que hacer visitas. Tampoco se atiende igual  al amigo o familiar rico que al pobre. Hay visitas que son tortura. Hay visitas placenteras. En ese proceso, aprendemos a distinguir entre los de igual, menor o mayor jerarquía.  Hay visitas para celebrar ocasiones especiales, para juerguear y pasarla bien. 


Al realizar una visita, se descubren asuntos de carácter social. Casas bien provistas, con espacios amplios, jardines, apartamentos espaciosos, luminosos, gadgets sofisticados, mobiliarios costosos y familias pudientes. Por la disposición de los objetos, percibimos maneras de entender el orden y la belleza. Otras veces se visitan lugares en los que prima la escasez, la parquedad.  Ciertas visitan nos deparan sorpresas: la chica que nos deslumbra con su belleza y simpatía, la anciana que pareciera ser de otro planeta, el señor cascarrabias, la dama de alcurnia. 

Las visitas son un ritual eterno, costumbre propicia para sentirnos parte de una manada que ama la interacción con otros. Con las visitas ratificamos la existencia de un orden social en el que la costumbre y la novedad se cruzan. 

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