HOGAR, LUZ Y TINIEBLAS
El hogar, espacio que alberga a la familia, produce sentimientos encontrados, ya que en él se desarrollan aspectos muy complejos de la condición humana. Los lazos afectivos perduran a lo largo del tiempo y los recuerdos asociados con la formación de hábitos y gustos, las labores hogareñas, las angustias ocasionadas por la pobreza, el descubrimiento de personas que calan hondo en nuestras vidas, las alegrías, los espacios propios, las celebraciones nos devuelven a ese país de la ensoñación.
Leo en El Malpensante que Helen Gurley Brown citaba una frase de Carson McCullers para referirse a su infancia en Green Forest:" Debo regresar a casa cada cierto tiempo para renovar mi sentido del horror". La literatura ha sido una cantera inagotable de historias en las que la familia semeja un campo de batalla, zona oscura donde suceden los peores relatos de terror.
Hogar, dulce hogar, como el dios Jano, el de las dos caras: Jano era el dios de las puertas, los comienzos y los finales. En tantos casos los hogares son campos devastados por la furia de las pasiones, los odios reconcentrados. Joyce Carol Oates, las escritora estadounidense, nos ofrece en sus relatos un panorama escabroso de las familias (pienso en La hija del sepulturero).
El hogar representa la intimidad, la lumbre, el reposo, el amor. En la realidad, el hogar da paso a los sentimientos mas espontáneos y primigenios del ser humano. No olvido a Althuser, el filósofo marxista francés que en un ataque de locura asesinó a su mujer. Basta con leer los informes policiales que registran violencia doméstica a toda hora, abusos sexuales, crueldad, masoquismo.
A pesar de todo, sigue siendo la familia un referente infaltable de la organización social, caballo de batalla de las religiones, asunto central de la organización juridica de los estados. Las experiencias alternativas-comunas, poliandria, matrimonios a término fijo-han fracasado de manera rotunda. Y se siguen intentando.
El peso de los valores religosos es tan fuerte en las sociedades que, a pesar de las evidencias irrefutables del fracaso de la familia, se sigue pensando y actuando con el modelo de familia indisoluble. En Colombia se vive una arremetida desde los poderes del estado para imponer modelos confesionales que desconocen la dinámica de las sociedades contemporáneas.
Me atrevo a pensar que la familia ofrece a nuestros imaginarios el refugio ideal para protegernos de las contingencias sociales y neutralizar ese caballero omnipresente denominado soledad. El afecto exige la compañía de otros, demanda a la sociedad la presencia del rey indestronable llamado amor.
Hay además un aspecto que refuerza y da vigor al hogar: el sacrificio constante para mantener el grupo. Encarar las necesidades obliga a la familia a darlo todo. El hálito romántico es apabullado por la crudeza de la supervivencia. Y en ese proceso, la rutina, las carencias y necesidades ahogan al caballero indestronable.
Planteo entonces que en el fondo la familia existe porque es el único reducto en el cual el pequeño candil ofrece su luz y regala el calor necesario para encontrarle sentido a la vida.