EL ROBOT QUE ESCRIBE
Miro el galán de medianoche invadido de hormigas. Las hojas presentan un estado lamentable: despedazadas, con un color opaco que me indica que la planta está muy enferma. Acudo a los remedios caseros y nada. Acudo al lorva y por algunos días las hormigas desaparecen de mi jardín. Un día me despierto y observo que han vuelto a ocupar su sitio, renovadas y aumentadas. ¿De dónde salen tantas hormigas?
Mejor me siento a leer Arcadia, con el rabo entre las piernas, derrotado por los ejércitos de hormigas que se multiplican sin cesar. Soy un prisionero en mi casa, asaltado por hordas de avichuchos que dan al traste con mi jardín. Un artículo llama mi atención: un nuevo robot. ¿El fin de los periodistas?, escrito por Rodrigo Restrepo. Ante la avalancha de datos que circulan diariamente y que, igual que las hormigas, crecen ilimitadamente, ha surgido una página web denominada narrative science: "la tecnología de narrative science es una integración poderosa de inteligencia artificial y análisis de grandes datos, capaz de transformar datos en historias que son indistinguibles de aquellas escritas por personas, dice la web".
Lo interesante de la página es que "es capaz de presentar en tiempo real múltiples versiones de una misma historia, desde largos reportes hasta tweets. Además, está programado para adaptar el contenido a diferentes audiencias, pues es capaz de usar tonos, estilos y voces de escritura. La habilidad del software le permite procesar cantidades ingentes de datos en poco tiempo, establecer tendencias hipermasivas de las redes sociales y saber, en tiempo real, qué están pensando millones de personas en el mundo".
Algunos analistas políticos atribuyen buena parte del éxito de la campaña presidencial del presidente Obama a la atención prestada a las redes sociales y a la consecuente definición de estrategias electorales basadas en el análisis de tendencias observadas en tweeter, facebook y demás redes sociales. De igual forma, se orquestó una campaña en las redes sociales en la que se tuvieron en cuenta aspectos como la fragmentación del gusto, las edades, los grupos sociales, las minorías.
Kris Hammond, uno de los creadores del robot que escribe, señala que se trabaja en un programa que "pueda llegar a conclusiones propias...La compañía, ... está inviertiendo seriamente en que sus sistemas "entiendan" de manera más precisa el lenguaje humano, lo cual abriría las posibilidades del algoritmo. Tomadas en conjunto, estas dos características-leer datos linguísticos no estructurados y sacar conclusiones propias-generarían una pasmosa plataforma de inteligencia artificial. Algo así como el Frankestein de los intelectuales: un software capaz de "estudiar" incansables tomos de teoría en una tarde y postular hipótesis originales".
¿Significa esto la claudicación del pensamiento humano ante el poder las máquinas y el fin de los procesos creativos del ser humano? No lo pienso así. La complejidad de los conocimientos exige la creación de programas que faciliten el procesamiento de datos a velocidades pasmosas, que, si se actuara con formas tradicionales de análisis, demandarían años, décadas. A los arquitectos los programas de diseño virtuales les han abierto posibilidades asombrosas para imaginar modelos que en otras condiciones requerirían mucho tiempo, recursos y esfuerzo.
Tal vez desaparecerá la imagen romántica del creador solitario y las posibilidades creativas dependerán de equipos interdisciplinarios apoyados de manera firme en programas sofisticados que plantean retos distintos. La originalidad dependerá de la agudeza de los programas para detectar enfoques originales, del olfato humano para conectar campos en apariencia disímiles.
Observo a las hormigas. Han abierto nuevos caminos y asumo que sus cuarteles de operación han cambiado de sitio. ¿Será posible crear un programa que me permita prever las estrategias de las hormigas para neutralizarlas y reducirlas a su mínima expresión? Imagino un robot infalible dedicado a agotar hasta el fin la existencia de las hormigas. Lo que ignoro es si ellas, a su vez, diseñan en silencio programas para contrarrestar mis avances. Por un momento me asaltó la imagen de una hormiga cibernética, con sus fauces abiertas a punto de devorarme. Mejor firmo un acuerdo de paz con las susodichas, que contemple entre otras cosas el intercambio de tecnologías. Amén.
¿Significa esto la claudicación del pensamiento humano ante el poder las máquinas y el fin de los procesos creativos del ser humano? No lo pienso así. La complejidad de los conocimientos exige la creación de programas que faciliten el procesamiento de datos a velocidades pasmosas, que, si se actuara con formas tradicionales de análisis, demandarían años, décadas. A los arquitectos los programas de diseño virtuales les han abierto posibilidades asombrosas para imaginar modelos que en otras condiciones requerirían mucho tiempo, recursos y esfuerzo.
Tal vez desaparecerá la imagen romántica del creador solitario y las posibilidades creativas dependerán de equipos interdisciplinarios apoyados de manera firme en programas sofisticados que plantean retos distintos. La originalidad dependerá de la agudeza de los programas para detectar enfoques originales, del olfato humano para conectar campos en apariencia disímiles.
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