TIENDAS Y TELARAÑAS DE AFECTO
Karla y James Murray " salen a diario cámara en mano a la captura de negocios de barrio con encanto e historia, con escaparates dignos de figurar en lo que acabó siendo una exitosa saga de libros: Store Front: The Disappearing Face of New York", nos cuenta Mateo Sancho Cardel en El País Semanal:
Empezaron tomando instantáneas de grafitis, pero con la persecución y casi desaparición del género se dieron cuenta de que los letreros de algunos negocios, como el ultramarinos Ralph’s del número 95 de la calle Chambers o el restaurante de pastrami Carnegie Deli, en el 854 de la Séptima Avenida, eran también dignos de ser considerados arte urbano. “Empezamos sintiendo una mera admiración visual y, además, como no teníamos dinero, fotografiábamos solo aquello que era gratis: el escaparate”, explica James. “Luego descubrimos que los dueños y los empleados de esos locales tenían historias más interesantes que sus propias vitrinas”, añade Karla.
En el fragoso mundo citadino, los locales perviven, cambian y desaparecen por las dinámicas económicas, ajenas e insensibles a los lazos que se tejen en las comunidades. Lugares donde los vecinos comparten sus historias, en los que se realizan muestras de solidaridad, se suceden historias de amor y erotismo y en los que los chismes son la forma como se construyen los relatos cohesionadores y los imaginarios de un grupo son reemplazados por la avidez de empresarios dispuestos a apoderarse de lugares para ofrecerlos a personas con alto poder adquisitivo.
Imagino una historia de Guaduas a partir de negocios cuya finalidad, aparte de la económica, consistiría en ofrecer un lugar de encuentro a los moradores de la cuadra , del barrio, del centro, de la vereda. Las tiendas y negocios como germen del tejido social. Una tienda, por ejemplo, es sitio de reportería, jugado de familia, espacio de recreación y goce, confesionario y mirador público. El Club San Francisco, que durante tantos años dirigió Luis Acosta, era escenario de los mas reñidos desafíos de tejo, rocola sentimental donde aprendíamos a disfrutar de la música mexicana, del tango, de la ´música cubana y, en mi caso, de los boleros de Benny Moré. Hoy funciona allí una iglesia cristiana.
La Heladería El Puntalito, de Arnulfa Niño, es la tienda-junto con la de la señora Gladys- en la que hacemos vida los vecinos del lugar. Recuerdo haber visto a un señor, protestando desesperado porque un día no abrían la tienda a la hora acostumbrada. Moró allí un grupo de veteranos curtidos en las artes de las bromas, la cerveza y los comentarios picantes, que varios días a la semana armaban su cambuche para rememorar hechos, comentar los últimos acontecimientos y suspirar al paso de mujeres provocativas. Allí me senté muchas veces a disfrutar la música interpretada por Luis Rodríguez, el Mocho Benjamín, Adriano Madariaga, Olivo tinoco, Miguel Hernández y otros, caudal de memoria musical de Colombia y de América latina, llevada a su máxima potencia por las lenguas picantes
Las nuevas generaciones, al igual que las generaciones pasadas, irán elaborando su álbum emotivo de lugares entrañables., o mejor, de personas que hacen de esos lugares un punto de encuentro para solaz del cuerpo y el corazón.
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