"La España Vacía", el libro de Sergio del Molino, muestra la manera como se han desocupado algunas regiones de España, creando un desequilibrio entre el campo y la ciudad. Un porcentaje elevado sus habitantes emigra a la ciudad y los que quedan, principalmente los viejos, se resignan a convivir en lugares donde es común encontrar menos de 20 habitantes. Este fenómeno es común en muchos lugares del planeta. Lo vemos en Colombia, que en menos de cincuenta años invirtió la proporción de la población residente en el campo: hoy el 80% de los colombianos vive en ciudades.
El equivalente de la España vacía es la Colombia ignorada. Hemos convivido con una realidad vergonzosa: dos regiones diferenciadass en la memoria histórica y en los mapas: una Colombia desarrollada, próspera; la otra, la periférica, sin presencia del estado- digo mal: con presencia militar-, presa de organizaciones económico militares que explotan sin medida las riquezas naturales y se lucran del negocio del narcotráfico.
La Colombia ausente es la periferia, ese lugar desconocido que solo se manifiesta en las noticias del narcotráfico, los genocidios, desplazamientos e inundaciones. La mayoría de los colombianos desconocemos todo de lugares en los que reinan las selvas exuberantes, los ríos fragorosos, las llanuras extensas, los cielos limpios, el canto de las aves, el desfile cotidiano de dantas, osos hormigueros, jaguares, caimanes, grupos de indígenas que conviven en armonía con su medio y una diversidad de flora que semeja un cuadro policromo de Jacanamijoy.
Miro con tristeza los planes de estudio de los colegios de Colombia, tan llenos de información sobre Europa, Estados Unidos, la región andina de Colombia y poco o nada de Caquetá, Putumayo, Guajira, Chocó, Guainía, Putumayo, Amazonas. Lo curioso es que en los proyectos educativos institucionales se habla de fortalecer la identidad nacional, de reconocer la diversidad étnica, lingüística, religiosa, sexual, política. Así no se forman verdaderos ciudadanos.
Colombia será diferente cuando cambie su política hacia lugares que representan fábricas de oxígeno, diversidad étnica y natural, cuando no sintamos vergüenza por los nativos de las regiones olvidadas.
Mas bellos son un atardecer del llano, la imponencia de Chiribiquete y la armonía con el ambiente de grupos indígenas que un centro comercial cuyo único fin es someternos al consumo desaforado.
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