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miércoles, 16 de junio de 2010



UZBEKISTÁN Y COLOMBIA

Al hombro, medio bulto de naranja y colgando de su mano derecha, medio de mandarina. El sombrero, firme, a pesar de la carga. Menudo, con el poncho terciado en su hombro izquierdo, me dice: ¿Compra madarina? Este ritual se repite cada sàbado y por supuesto, le compro una o dos docenas de frutas. Don Anselmo, así se llama, transporta los bultos desde la vereda de Cinta y Fría hasta el casco urbano de Guaduas y recorre las casas del centro ofreciendo naranja y mandarina "común", a $1.500 la docena. El precio es justo y más barato que en la Plaza de mercado.

Como él, existen en Colombia muchas personas que venden productos diversos, algunos de ellos en vía de extinción: Guamas bejuco, piñuelas, corozos, pomarrosa roja, amarilla, mamoncillos. Y ni hablar de productos elaborados en casa: empanadas, masato, chicharrones(! ah buenos los de Bosconia!), mazamorra, transportados a veces en vehículos adaptados para tal fin, motos, carretillas, bicicletas; En Guaduas es famoso el papamóvil, cajón repleto de morcillas, pasteles, bofe, hígado y aledaños, para deleite del gusto y tormento del corazón.

Estas ocurrencias vinieron a mi mente a propósito de la lectura de IMPERIO, la obra de kapuszinski. Este ha ido a visitar a su amigo Djumal Smanov, pastor de ovejas en un koljoz en el valle de Susamir, en la cordillera de Tien-shan:

La hospitalidad de esta gente es increible: para celebrar mi visita, en esta ocasión del todo accidental, Djumal mató un carnero y preparó una cena. La yurta se llenó de invitados que , avisados por un mensajero que había recorrido a caballo otros pastos, acudieron a la cita. Sentados en cuclillas sobre esteras, pulíamos a dentelladas huesos de carnero y bebíamos vodka. A la hora de beber vodka, los kirguises superan a los rusos, y ni qué decir tiene, a los polacos. También beben las mujeres. Por regla general, durante un banquete, suelen quedarse fuera de la yurta. El anfitrión llena un vaso de Stolichnaia y llama por el nombre a una mujer. Esta se pone en cuclillas y apura el vaso de un trago. Luego, sin decir palabra, sin comer nada, se levanta y desaparece en la oscuridad.

En el curso del banquete ofrecen al invitado un plato con la cabeza del carnero cocida. El huésped debe comerse el cerebro. Después debe sacar un ojo y comérselo también. No hay que olvidar que el ojo de un carnero tiene el tamaño de una ciruela. El otro ojo se lo come el anfitrión. Así se forjan los lazos de confraternidad. Se trata de una experiencia que queda grabada durante mucho tiempo. (Imperio, ps. 86, 87).

Pienso que nuestras vidas están llenas de esta clase de experiencias, tan hermosas y complementarias con aquellas más cercanas a los grandes centros de consumo. Así que invito a los amigos blogueros a contar esas experiencias gastronómicas que por siempre permanecen en nuestros recuerdos placenteros.


1 comentario:

  1. bueno, pues esta entrada también ha quedado grabada en mi mente. No me imagino comiéndome un ojo de un animal tan grande, pero ahora recuerdo que me gusta la morcilla, y eso no es un ojo sino un intestino :). Voy a hablar de una comida que me gusta mucho pero es muy simple: la arepa con queso. No se qué tiene la arepa, tal vez que es amasada con las manos, tal vez que la masa se logra fusionar totalmente con el queso dando lugar a un material único o de pronto me recuerda otros tiempos, los de la infancia. No se, pero cada vez que muerdo una buena arepa entiendo por qué le dicen arepa a otras cosas.

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